¿Él o yo?

Volvía a casa desde el supermercado, no demasiado tarde. El sol del final del verano no calentaba tanto como hacía unas semanas, y se notaba. Y se agradecía que una caminata hacia el super no me costara una sudadera de padre y muy señor mío.

Justo cuando me giré para cruzar la calle, lo ví. Bueno, no se si es mejor decir lo ví, o me ví. Allí estaba. Yo mismo. Iba vestido con ropa mía, ropa de mi armario. Estaba distraído mirando un escaparate y levantó la vista. Me vió. Se quedó con la misma cara de asombrado que yo.

No creo que nadie en este mundo esté preparado para eso. Una de las pruebas que hacen los psicólogos para determinar el grado de desarrollo intelectual de un ser, por ejemplo un mono, es ponerlo delante de un espejo y estudiar si se autoidentifica como el que genera el reflejo que vé. Esto no tiene nada que ver. Te ves a tí mismo, haciendo cosas completamente diferentes, no como en el reflejo de un espejo, sino como si otra persona te hubiera robado completamente. No te deja nada. Ya no eres tú, sino él.

Entrecerré los ojos, solté las bolsas de un golpe, y salí corriendo detrás de él. Cuando vió lo que estaba haciendo, se dió media vuelta y también salió corriendo, huyendo de mí, y perdiéndose entre la gente.

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