Imposible

Eso es lo que me dije entonces: "Imposible, esto no puede estar sucendiendome a mí".

Yo solía quedar a estudiar durante los primeros años de Universidad con mi amigo Roberto, con el que compartía penas y alegrías casi desde que tenía uso de razón, y una compañera de clase con la que coincidí a la salida de la biblioteca la misma tarde que me la encontré haciendo fotocopias de unos apuntes míos que habían circulado kilómetros por mi clase.

Tras la muerte de Roberto, y cuando me hube repuesto, seguimos con la rutina de las tardes de biblioteca dos o tres veces por semana. Por aquel entonces conocí a la que sería mi primera relación más o menos seria, pero no por ello dejamos de coincidir en las tardes de estudio. Incluso alguna vez se alargaban más de lo normal y acabábamos delante de un bocadillo y unas tapas en el bar de enfrente de la Facultad. Hablábamos mucho, de todo, de nuestras vidas, nuestros conocidos, los estudios, las familias...

De repente, una tarde, no apareció. Ni al día siguiente. Ni a la semana siguiente.

Y cuando menos lo esperaba, al volver de tomarme un café horroroso de la máquina de la biblioteca, descubrí que alguien había dejado una carta perfectamente doblada encima de mis apuntes. Acababa con estas palabras: "Es culpa sólo mía el pretender pedirte algo que no puedes darme". Nunca me había sentido tan impotente como entonces.

Al día siguiente, la edición matutina del periódico local abría con la noticia de su muerte por una sobredosis de pastillas.

Solo

Necesito encontrarme. Incluso en el pequeño espacio que mi coraza me deja para vivir, me he perdido. No me encuentro. Tengo que hacer terribles esfuerzos para pensar y decidir qué es lo que quiero. ¿Ser feliz? No creo que sea posible. ¿Estar tranquilo? Se parece demasiado a estar muerto.

Llevo una semana sin poder comer ni dormir. Mi cuerpo no responde como debería a las órdenes que le doy. Estoy intranquilo; agitado; como esperando una noticia temida que no llega, y que no te permite explotar y desconectar de todo; las manos me tiemblan; la voz se quiebra en mi garganta; una lágrima lleva el sabor de la sal hasta mis labios.

Hace años

En mi caso la estancia junto a mi familia se alargó más de lo necesario. Al menos, más de lo que yo estaba dispuesto a soportar. Igual que muchas mujeres airean a los cuatro vientos que "les ha llegado el reloj biológico para formar una familia", me llegó el momento de decir: "Basta, necesito mi espacio". Tuve la suerte de que este acto de rebeldía coincidiera con encontrar un trabajo lejos de mi ciudad natal, así que la escisión fue bastante más simple que en otros casos. También el hecho de cambiar de ciudad ayudó a que el periodo transitorio entre la ruptura de una rutina preestablecida durante casi veinticinco años, y la adopción de una nueva completamente diferente, fuera lo más corto posible.

Cuando dí la noticia en casa, durante la comida, a mi padre se le humedecieron los ojos, lo cual me sorprendió. No lo esperaba. Pero ese fue su único acto "humano" que yo recuerde, y que tampoco duró mucho: Poco después estaba en el bar olvidándose de todo.

En cambio mi madre rompió a llorar amargamente, como si fuera a morir en lugar de cambiar de ciudad, aunque más tarde, cuando nos quedamos solos en casa tomando un café, me dijo que era ley de vida, que se abría ante mí el mundo entero, y que tomarlo dependía de mí. El que fuera ley de vida, ya lo sabía yo. El que mi madre considerara las otras posibilidades hizo que la imagen que yo creía que ella se había formado de mí, se desmoronara completamente: confiaba en mí. Sabía que no lo hacía sólo porque tuviera que hacerlo, sino porque le había dado muestras de ello. Fue todo un honor ser considerado por primera vez "miembro del club de los adultos a todos los efectos". Me sentí el hombre más feliz del mundo.

Antes del postre mi hermana preguntó si podría cambiarse a mi habitación. Esto no me sorprendió.

¿Libre?

Tengo una esposa cariñosa y enamorada, y un hijo pequeño. No sufrimos estrecheces. El trabajo de ambos es bastante estable. La vida nos viene de cara. Y sin embargo el volver cada tarde del trabajo me causaba una sensación de ahogo insoportable, con oleadas de frío intenso y calor insoportable cada pocos segundos. Hace pocas semanas, sin ir más lejos, tuve que quedarme más de quince minutos en el coche aparcado hasta que pude tranquilizarme para que ella no notara nada.

Me mudé hace tiempo a la ciudad donde vivo por motivo del trabajo, pero si no hubiera sido asi, habría buscado algún sitio fuera de casa de mis padres, porque había llegado el momento para mí. Algo así estaba pasando ahora.

Acabo de abandonar a mi familia.

Mi coraza (I)

Vivo y trabajo en el área urbana de una gran ciudad, como otros millones de personas que hacen lo mismo que yo: van de su casa al trabajo, interactuan durante cierto tiempo con otras personas que la mayoría de las veces no les importan (normalmente la indiferencia es recíproca), vuelven a casa e interactuan durante un tiempo menor con otras personas que les importan o fingen importarles algunas veces (tambien este sentimiento, ya real o fingido, es recíproco).

Tenemos miedo a estar solos. Casi la totalidad del tiempo que pasamos activos está dedicada a no estar solos y a actividades sociales, ya sea en el trabajo o en la familia. No interactuamos fácilmente con lo que nos causa rechazo, y nos mostramos predispuestos con lo que nos atrae; así que debemos ser atractivos para los demás, no causarles desagrado. ¿Quieres que sea así o asá?¿Esto te desagrada?¿Mejor de esta forma?

No queremos ser nosotros, queremos agradar.

Yo

He perdido mi alma, así que no es mucho lo que queda de mí. Mi ser más profundo está oculto bajo un montón de decisiones y circunstancias, que son las que forman lo que la gente identifica conmigo. Pero no soy yo. Yo estoy más adentro. Nadie se atrevió a entrar, ni yo a salir.

Ahora toda esa amalgama de elementos que no he podido controlar forman mi coraza, donde me escondo para que nadie me vea, ni me señale con el dedo, ni me haga daño. Pero es curioso que tampoco yo quiero verlos, ni señalarles con el dedo, y no quiero hacer daño a nadie.

Durante mucho tiempo he vivido protegido en una especie de burbuja emocional. Estaba a salvo, cómodo, dejando pasar el tiempo, no siendo yo. Me he dado cuenta que eso es lo mismo que estar muerto, sólo que realizando ciertas funciones biológicas y sociales. Pienso que el Infierno no es más que dejarse ir, no actuar, no tomar las riendas de tu vida, dando bandazos de un lado para otro sin poder controlar lo que te sucede.

¿Llamas y sufrimiento eterno? No, el verdadero Infierno es sobrevivir en lugar de vivir, no aprovechar la única oportunidad que tenemos sobre este mundo y dejarla pasar sin más.

Sirvan estas páginas como mi Purgatorio personal.

Quiero hacer lo que deseo.

Quiero recuperar mi alma.