El que espera, desespera

El tiempo pasa lentamente, consumido casi sin ser consciente de ello, segundo a segundo, minuto a minuto, tic-tac tic-tac.

La tormenta arrecia fuera. Cada pocos minutos se para, sólo para volver a llover con más fuerza. Las gotas y el granizo hacen un ruido atronador al golpear contra las persianas. Las aceras parecen pistas de patinaje. Los pocos peatones que caminan por la calle lo hacen corriendo de portal en portal.

Intento escribir, pero las ideas se diluyen en mi mente como gotas de vino al caer en un vaso de agua. Parece que hay algo interesante que capta tu atención, pero cuando pruebas a plasmarlo en palabras, ya se ha ido, se escapa como la arena de la playa entre los dedos de la mano.

No puedo hacer otra cosa que esperar a que ocurra algo.

Quien ríe el último...

Anoche quise hacerme un par de sandwiches de atún para cenar. Era tarde, más que de costumbre, y no quería ponerme a cocinar. Me había quedado dormido viendo en las noticias una serie de interesantes imágenes de atrocidades en algún rincón del mundo, y me desperté cuando una erótica voz femenina anunciaba las excelencias del último modelo de pela-pipas automático.

En la cocina me preparé el pan y saqué del armario una lata de atún. Levanté la anilla del abrefácil, metí el dedo, puse el pulgar en el centro de la tapa, tiré y ¡clack!. Anilla rota. Otro inventor que debería ir al paro o al paredón. A medias entre enfadado y frustrado busqué un abrelatas, porque suele suceder que, a veces, el progreso no consiste en otra cosa que complicarnos la vida. Bien, otra de las cosas que tengo que comprar cuando vaya al super un día de estos. Aunque era tarde, llamé a la puerta de mi vecino, un rumano mal encarado que tenía unos horarios más raros que los míos, seguro de que estaría despierto. Sí, estaba despierto y, ¡estaba salvado!, tenía un abrelatas. Me lo prestó y me encaré con mi lata al regresar a la cocina.

Empezó una lucha más ardua que antes. La lata no se estaba quieta. La mohosa bancada de la cocina no ayudaba. El aceite que se derramaba empeoraba las cosas y acabó desperdigado por media cocina. No es mucha superficie, porque en la cocina sólo quepo yo, pero aun así es mucho. Empezaba a dudar de si había algo de atún en la lata, aparte de tanto aceite. Al final se abrió la puñetera lata. No ví el corte perfecto esperado por el abre-fácil, sino el irregular corte del abrelatas. Pero la lata estaba abierta, que era lo importante.

Con cuidado empecé a levantar la tapa ayudándome del abrelatas, y es aquí cuando la lata se tomó su venganza. Entre el aceite, mis sudores, el cabreo y la hora, se escapó y la tapa me abrió un bonito corte en la mano. Era muy escandaloso, mucha sangre, pero después de limpiarlo vi que no era para tanto, así que devolví el abrelatas al rumando del piso de al lado (que ya estaba cogiendo el puntillo de la media docena de cervezas que se trajina a esas horas) y acabé de prepararme la cena, con el sabor agridulce por las consecuencias de no haberme dado por vencido: obtuve lo que quería, pero con marcas. A lo mejor, la próxima vez tengo a mano un poco de fruta, y le van a dar a la lata.

Vacío

Cierro los ojos y siento que floto, vuelo sin rumbo, me veo desde fuera de mi cuerpo, sobre las luces de la ciudad. No hay sonido. No hay viento. No siento nada. Me inunda una increible tranquilidad interior. Una paz como no había sentido antes.

Me encuentro vacío, hueco. Todo yo. Dentro no queda nada. Es curioso que aun mantengo mi forma. Pero cuando me golpeo ligeramente con el dedo, suena un clop-clop-clop como el de los cocos. Soy como una concha vacía. Pero ahora me doy cuenta de que estoy fuera de eso que reconozco como mi cuerpo vacío. Eso era mi coraza, pero la he dejado aparte.

Ya no tengo miedo ni tengo que esconderme. Ahora tengo que ser yo...

Descansando

Me he tomado unos días de descanso, para despejar la cabeza y aclararme un poco.

Estoy pasando unos días cerca del mar, porque siempre me ha parecido que tener una frontera natural ayuda a orientarse no sólo en la ciudad sino en la vida en general.

Dentro de poco volveré, espero que mejorado. Ya me direis.

Vienen y van

No podía imaginar esto, pero la realidad siempre supera la ficción, como se suele decir.

Siempre he sido de los que pensaban que amigos, lo que se dice amigos, se tienen pocos en la vida, quizás baste una mano para contarlos. Personas (que no gente) en la que confiar, con la que hablar y desahogarte, a los que pedir ayuda, salvavidas a los que aferrarse en medio de la tormenta cuando el resto se hunde y que te mantienen a flote. Amigos de esos que siempre están ahí cuando los necesitas. Incluso saben hacerte notar que los necesitas; porque, admitámoslo, somos unos tíos duros, orgullosos y autosuficientes que no necesitamos de nadie. ¡Y una mierda! Los necesitamos aunque digamos que no. Pues bien, de esos hay pocos a lo largo de la vida.

Y acabo de perder a algunos. Es triste decirlo, pero es así. Creo que alguien dijo una vez (y si no, me apunto el copyright de la frase), que la confianza se gana día a día y se pierde en un instante. Pues ese día ha llegado. Me entristece pensar que no podré confiar en personas en las que he confiado desde que tengo uso de razón, hasta ahora. Curiosamente no me siento traicionado, sino que el dolor viene más por la pérdida que por lo que hayan hecho o dejado de hacer. Al fin y al cabo, sucedió hace tiempo.

Pierdo amigos en un momento difícil pero no lo veo como una catástrofe. Me siento fuerte para afrontar lo que sea. Esto no es más que un ligero contratiempo, una circunstancia más, una regla del juego que no va a ralentizar o obstaculizar nada. Estoy seguro que en otro momento creería que el mundo se desmoronaba a mi alrededor. Y estoy satisfecho de mí mismo al pensar que ahora no lo veo así.

Y además tengo otros apoyos que han ido apareciendo en el camino, apoyos que nunca imaginé que surgirían, deliciosas sorpresas que a veces nos depara la vida que por una vez deja de gastarnos putadas y nos da un momento de respiro. Estoy encantado al pensar que, poco a poco, pasen a formar parte de esa mano que cuenta las personas que de verdad valen la pena.

Domingo

Tradicionalmente el domingo es el día guay, el de descanso, el de salir a pasear, el de tomar el sol, el de levantarse tarde, el de hacer ejercicio, el de comer bien. Pero tambien es el día del futbol, los atascos, las tiendas cerradas, adolescentes vagando sin dirección, domingueros, el chandal y zapatillas, el periódico de 15 kg o el aperitivo en el bar.

Los recuerdos más placenteros que tengo de las mañanas de los domingos son los Via Crucis de recoger toda nuestra ropa desde la entrada hasta el dormitorio mientras recordabamos, con cada prenda, cómo había caído. Sin una palabra, sólo con una mirada, comprendíamos que los dos estábamos pensando en lo mismo, una ligera sonrisa pícara a modo de confirmación.

Recuerdo bocas que se buscan para devorarse, manos que no paran de moverse, susurros y gemidos, la respiración entrecortada, ahogada. Botones que saltan, cremalleras que se abren, el abrigo y la chaqueta caen, Ven aquí, caricias profundas, el pelo de mi cuello se eriza, Vamos, Todavía no, dos pasos más, abrimos una puerta de un empujón, nos apoyamos en otra pared, tapas mi boca con la tuya, te aprieto contra mí, jadeas, más prendas en el suelo, Cuidado, Sujétate, llegamos desnudos al dormitorio. El resto es una nube incierta de cuerpos en la penumbra, besos, sudor, arañazos, caricias, abrazos, entrega definitiva, pasión en el más puro sentido de la palabra.

El día siguiente el sol nos descubre abrazados el uno al otro. ¿Cómo será este domingo? Por lo menos el inicio ha sido perfecto.

¡Salta!

Después de todo, no creo que sea interesante para nadie, y menos para mí, ahondar en cómo me siento. Estoy jodido. Punto. Podré intentar describirlo de forma más poética, pero no hay mucho más que añadir. Es una situación que he elegido yo, que he sido el que ha dicho basta, pero no por eso es más fácil ni bonita.

A pesar de mi estado, voy encontrándome poco a poco. De lo primero que me he dado cuenta es de que he empezado a asomarme al borde del precipicio que supone la libertad. No estaba encerrado ni encadenado, pero ahora los únicos límites a mis decisiones son los necesarios para vivir en sociedad. Aparte de eso, no hay nada. No dependo de nadie, nadie depende de mí, no tengo porqué consultar nada con nadie: si quiero hacer algo, lo hago y punto. Pero todo ese mundo, para un novato como yo, es poco menos que saltar al vacío sin saber si llevas paracaídas. No conozco a nadie que se haya muerto de ser libre, así que no temo nada, pero da un vértigo de la leche.

Conozco a bastante gente que ha saltado y me comenta lo bueno que es por dos razones básicas: la primera es la libertad, la segunda es el conocimiento de uno mismo. Yo creía conocerme, pero comencé este blog porque descubrí que no era así, y que llevaba una coraza encima que no me dejaba moverme. Estoy deshaciendome de esa coraza, y tendré que acabar de descubrir cómo soy en realidad. He empezado a ver cosas que me han sorprendido gratamente, y otras que debo pulir porque no son como quiero, los mimbres están ahí pero hacen falta manos expertas para que salga algo con sentido.

¿Algun efecto secundario? La soledad. No me asusta la soledad, no la he vivido nunca de forma activa, pero sí que ha habido más veces en las que he preferido estar sólo que en las que haya querido estar acompañado, así que creo que podrá gustarme. Tendré que aprender, como todo, pero tengo buena predisposición.

Bueno, vale ya de rollos. Apartaos, que allá voy.