Se acabó

Finalizar
Terminar
Acabar
Cerrar
Completar
Concluir
Finiquitar
Rematar
Apuntillar
Amén
Colofón
Ultimar
Resolver
Expiar
Desenlace
Agotar
Clausurar
...

Y puede que muchos más sinónimos para dar a entender que esto se acabó.

Mi corazón

Mi pobre corazón oxidado
Mi pobre corazón encogido
Mi pobre corazón todo el daño
Mi pobre corazón todo lo bueno vivido
Mi pobre corazón lo mas malo
Mi pobre corazón lo divino, lo valiente, lo cobarde, lo esperado, mi virtud y mi defecto, mi barranco y mi camino
Mi pobre corazón no importa que sea pequeño
Mi pobre corazón siempre te hecha de menos
Mi pobre corazón que no le caben ya las penas
Siempre que me duele me lo llevo de verbena
Mi pobre corazón que me mantiene con vida
Mi pobre corazón siempre la luz encendida
Mi pobre corazón que a veces quiere salir
Mi pobre corazón que está enganchado al speed
Mi pobre corazón en directo
Mi pobre corazón en domingo
Mi pobre corazón en pelotas
Mi pobre corazón en Fa sostenido
Y mi pobre corazón se me fue oxidando
Y mi pobre corazón no ves que siempre está llorando

(Fito Cabrales)

Comiendo dátiles

Cuando desperté descubrí que estaba desnudo, en medio del desierto, con un calor infernal, bajo un cielo abrasador y ante mí se desplegaban kilómetros y kilómetros de dunas y arena en todas direcciones. "¿Cómo he llegado aquí?", pensé. No había huellas, ni pisadas, ni ruedas, ni nada. Como si hubiera caído del cielo. No estaba herido ni sentía ningún dolor. Simplemente estaba allí. Aparecido de la nada.

"Algo tendré que hacer". Claro. Evidente. Puedo quedarme aquí quietecito a morir de una insolación, o de sed, o puedo hacer algo. Hice lo único que se me ocurrió: me puse a andar en una dirección. No se precisar en cual. No me paré para orientarme con el sol. Tampoco podría haberlo hecho correctamente, así que me puse a caminar de forma que tuviera el sol a mi espalda: al menos no quedaría deslumbrado.

El esfuerzo parecía ligero a primera vista, pero a los pocos pasos me dí cuenta de que iba a ser muy duro. Increíblemente duro. Mis pies se hundían hasta más arriba de los tobillos en la arena, y cada paso era un suplicio. El calor de la arena me abrasaba la piel. El sol empezó al poco tiempo a quemarme la espalda. El sudor no tardó en brotar, pero se secaba casi inmediatamente en mi piel. Caí varias veces de rodillas, agotado. Me asombró mi fuerza de voluntad, que sometió a mi deseo de quedarme tirado en la arena y me obligó a levantarme una y otra vez. Empezaron las irritaciones por el sudor, el calor y el roce de la arena que, inevitablemente empezaba a llenar cada rincón de mi cuerpo.

Entonces lo ví. Un oásis. Creí que era un espejismo. Varios kilómetros de árboles, plameras, ruido de animales y agua fresca. No podía ser cierto. Me quedaba poco tiempo hasta que perdiera la razón. Lo único que había allí era arena y dunas, un maldito desierto de arena y dunas. Mi razón se empeñó en pensar que era un espejismo hasta que casi lo tuve ante mis narices. Era cierto. Estaba salvado. Agua fresca brotando del suelo como un riachuelo. Árboles y palmeras cargados de frutas. Animales. Vida. Toda la vida de kilómetros a la redonda, concentrada en un punto. Todo lo que faltaba al resto del paisaje, estaba allí metido. No sé cuánto tiempo estuve disfrutando del paraje y recuperando fuerzas.

Y en cuanto me hube recuperado, pensé: ¿Qué hago ahora? ¿Me quedo? ¿Sigo caminando? No se cuánto tiempo podré estar aquí, pero es casi seguro que podré sobrevivir. También es casi seguro que el desierto acabará conmigo, pero vivir en un oásis no es la manera más deseada de dar punto y final a mis días en este mundo. Y mientras me decido, sigo aquí, comiendo dátiles.

Confesión (I)

Nunca me arrepentiré de lo que hice. Nunca. Lo hice porque quería hacerlo, y estaba convencido de que era lo que tenía que hacer. Ahora, visto en perspectiva, creo que me equivoqué al aguantar tanto, al permitir tanto, al poner tanto de mi parte para que funcionara. Corregir es de sabios, dicen. Pero nadie ha dicho nada de arrepentirse. Así que no me arrepiento. Lo hecho, hecho está. Y no se puede cambiar.

Cuando te lloran en el hombro, te sientes alagado por ser tú, y no otro, en quien confíen. Piensas que tienes que aguantar lo que venga porque de lo contrario, ¿qué pensará? Me pide ayuda y no estoy. No, eso no puede ser. Y lo aguantas. No le das importancia. Es lo que debe ser.

El siguiente paso, sobre todo si el lloro-en-el-hombro viene por alguna influencia tuya, es un cierto chantaje emocional. ¿No ves como estoy? Claro que lo veo ¿No te parece que ya lo hemos pasado bastante mal? Claro ¿Piensas lo mismo? Sí ¿No das tu brazo a torcer? No. Escudándose en su mal momento, o sus horas bajas, o como lo queramos llamar, te intenta hacer cambiar. Es ciertamente desagradable. Lo dejas pasar porque crees que es parte de los nervios, el estrés y la ansiedad de la situación. Ya se le pasará, piensas.

Pero no se le pasa. Y vienen los desplantes, las salidas de tono, las discusiones, los malos rollos. Como dije al principio, aguantas porque quieres que funcione, y porque estás convencido de que es lo que debes hacer. Ves venir las bofetadas y no sólo no te apartas, sino que pones la otra mejilla. Te mandan a paseo y no te vas, sino que te acercas más. Estás inseguro porque te lo replanteas todo, absolutamente todo. ¿Debo aguantar? ¿Es mejor que no lo haga? ¿Debo pensar en mí? ¿En los dos? El miedo y la aprensión a corto plazo te superan. La presión se hace insostenible.

Y al final, después de muchos años, cualquier tontería más o menos inocua hace saltar todos los resortes de lo poco que quedaba en pié, lo mandas todo a paseo, y tiras por la ventana todas tus ilusiones, todos tus proyectos, toda tu vida futura imaginada, todo aquello que daba sentido a tus actos. Y te separas.

No puedo negar que no he creído posible estar tan triste como ahora estoy yo, pero me encuentro infinitamente más tranquilo.

La Muerte

Seguro que habéis pensado, en algún momento de vuestras vidas, qué sentiríais en el mismo momento de vuestra muerte. No me refiero a pensar cómo vais a morir, o el sufrimiento de una enfermedad incurable hasta que llega el mismo momento de decir adiós. Da igual la forma de llegar, o de prepararse, o de afrontarlo. Ese momento ha de llegar, tarde o temprano, con dolor o sin él, pero llegará. Pues bien, ¿qué se siente en ese mismo momento?

Creo que lo sé. No he muerto para regresar, no. Pero sé lo que se siente. Se siente lo mismo que ahora siento yo. Vacío. La sensación más angustiosa y agobiante que puedo imaginar. El vacío. Tan vacío que no hay eco. No hay suelo, ni techo, ni paredes, la temperatura es perfecta, el aire completamente inodoro, no tocas nada, ni sientes nada. Recibimos toda la información del exterior por medio de los cinco sentidos, pero aquí no te sirven de nada. No hay nada que percibir. Sólo tú.

Y tus pensamientos. Eso es lo peor. Tu cabeza. Tu razón. La que nunca descansa. Cuando has muerto, tu corazón deja de latir. Tu cabeza no. Recuerdas toda tu vida, de cabo a rabo, de principio a fin, y cuando acaba vuelves a empezar. A veces, antes de acabar rebobinas un poco, pasas a cámara lenta y piensas: "Aquí no debí hacer eso". Pero ya es tarde, no puedes cambiar nada. Y como la cabeza es así de cabrona, empieza a pasar rápido los momentos agradables, y a recrearse en los malos ratos. Y te hace sufrir obligándote a ver a cámara lenta todo lo que hiciste mal: aquellas lágrimas a destiempo, las contestaciones que provocaron risas, las burlas por tus ocurrencias sin gracia, las frases lanzadas sin pensar, las indirectas sin venir a cuento... Todo. Sin fallar ni una. Sin que nada falte. Repitiéndose durante toda la eternidad, cada vez más despacio, sin llegar a detenerse.

Y todo esto lo sé porque ahora me siento morir, porque lo he vivido otras veces, porque creo que he arruinado mi vida otra vez.