Liberado de mí

Por las mañanas suelo comportarme como si tuviera un piloto automático. El despertador grita bastante pronto, pero los ronquidos de mi vecino el rumano, que normalmente está borracho como una cuba, no dejan que me vuelva a dormir, así que salto a la ducha, que me acaba de despejar, me visto, me afeito, los dientes, y al metro. Media hora en total, así a ojo.

Pero hoy ha sido un día diferente. Cuando el agua de la ducha me ha despejado un poco ¡no me veía! Veía perfectamente la ducha, los azulejos desgastados y rotos, las cortinas que piden una jubilación a gritos, pero yo no me veía. Ni piernas, ni brazos, nada. Sentía el agua resbalar sobre mi piel, pero yo no me veía. He salido de la ducha, me he mirado en el espejo, y no he visto mi reflejo. Como en las películas de vampiros de serie B. Pero he mirado mis manos, y tampoco estaban.

¿Qué voy a hacer? Creo que a nadie le guste ver un traje y un abrigo huecos caminando por la calle. El truco de vendarse como una momia, como hacía el hombre invisible, queda descartado porque no estamos en carnaval. Así que como es invierno y hace un frío que pela, no puedo salir de casa.

Casi desesperado, pensando que podía elegir entre morir de hambre en casa, o morir de frío cuando tuviera que salir a buscar algo de comer, caí en la cuenta de que, desde hacía bastantes días, parecía como si en el trabajo (que es el único lugar donde tengo un mínimo de interacción con otras personas) nadie me prestara atención. Hay algunas semanas en las que sólo intercambio unas palabras con otras personas, días que paso en la soledad de mi mesa. Pero últimamente esos días han sucedido demasiado a menudo. Pasaba gente junto a mí, pero ni siquiera giraban la cabeza hacia mi mesa. Y si miraban, parecía que miraran por la ventana que tenía tras de mí.

Y probé. ¡Bingo! Una vez vestido, mi atuendo era tan invisible como yo. Nada de traje hueco andando por la calle. No me veían. No estaba. No era. No me prestaban atención, pero ahora sabía que era porque no me veían, porque creían que no existía. Como antes, pero ahora yo también estaba convencido de ello. Podía hacer lo que me diera la gana. Era completamente libre.

¿Para qué? ¿Para hacer qué? Y después de un momento, pensé: ¡Maldita libertad! Y rompí a llorar.

Seguro que os es familiar

Recuerdo que un poco antes de que los mecanismos de defensa-escondite llegaron a mi vida, aparecieron las alarmas. Presentía cuando algo iba a ir mal. El miedo aparecía antes del daño. Nervios. Tensión. Manos sudadas... No acabo de averiguar si la defensa vino para evitar el daño o esa sensación de miedo.

Desde hace días estoy inquieto y no se por qué. Ni siquiera sé qué es lo que me inquieta. A veces siento un peso en la boca del estómago, una presión casi inaguantable, como una mano invisible que me apretara las entrañas. No duermo bien, tardo en dormir por las noches, cualquier ruido me sobresalta, me levanto terriblemente cansado, me pesan los párpados durante todo el día, pero las noches solitarias son crueles. Los fines de semana los paso casi siempre durmiendo: hasta tarde por la mañana, adormilado en el destartalado sillón junto a la ventana. Pero llega la noche y me quedo otra vez despierto. Pero por otro lado, hago vida austera, casi de monje. Pierdo el apetito. No me apetece nada.

Algo va a suceder. Lo sé. Y como no acabo de entender qué, tengo miedo. Otra vez.

Flojeras

Justo al contrario que un amigo mío, siempre he pensado que, hasta que no te reafirmas en una decisión después de estar a punto de volver atrás, no es una decisón firme. Cuando empiezas a dudar, reflexionas para ver si te has equivocado, le das vueltas al problema, lo miras desde todos los ángulos... Cuanto más dudas, más miras... Si llegas a plantearte volver atrás significa que has examinado todas y cada una de las posibilidades. Así que, si después de todo, sigues en tus trece, adelante sin miedo porque has hecho todo lo que podías antes de decidirte.

Estoy ahora mismo en esa fase. Me he descubierto a mí mismo dándole vueltas a mi situación, al derecho, al revés, por qué, por qué no, adelante, atrás... Mi vida está vacía. Tengo como vecinos a un rumano borracho, un matrimonio coetáneo del general Espartero, un piso-comuna universitario donde entra y sale más gente que en el metro, y toda la basura e inmundicia que se pueda desear. Casi no uso el móvil, casi siempre por trabajo, y las únicas veces que lo he utilizado para llamarte, hemos acabado como el rosario de la aurora. Paso más tiempo del necesario en la oficina para no llegar a casa. Los fines de semana son un suplicio: ni siquiera salgo a la calle para no sentir envidia sana por la vida de los demás.

La pregunta surgió sin querer: ¿es para esto para lo que me he separado? Es una pregunta tonta, absurda, estúpida, fuera de contexto... Tampoco para mejorar: ahora estoy peor. ¿Entonces? Pues en esas andamos. De lo que estoy convenciendome es de que no hay vuelta atrás. Puede que lo que tengo ahora no sea lo que quiero, pero no quiero volver atrás.

¿Y cómo ha surgido todo? Muy fácil. Una amiga común me ha dicho que no lo superas; que te pasas el día llorando; que abusas de los antidepresivos y, aun así, no levantas cabeza; que tu familia te pone la cabeza como un bombo, con lo pernicioso que es eso. Y ese tema, el cómo lo llevas, que he estado esquivando y evitando desde hace tiempo, me ha caido encima como una losa. Y he aflojado por primera vez desde hace tiempo.

Un mal día

Esta mañana, como de costumbre, mi jefe ha tenido un mal día y he pagado los platos rotos. No se qué partida presupuestaria se ha salido de madre y mi jefe, en lugar de comprender que toda el personal es responsable de hacer las cosas razonablemente bien (y no por inercia), se empeña en obligarnos a hacer de niñera del resto del mundo, lo cual, aparte de inútil, no es responsabilidad nuestra.

Así que para intentar descargar las iras hacia otro objetivo, he intentado buscar un mail salvador de hace unos meses, y me he topado de bruces con todos los mails que nos cruzábamos cuando estábamos juntos. No he borrado ni uno sólo. No es mérito tuyo ni una muestra de romanticismo melancólico: nunca borro ningún mail.

Y no he podido resistir la tentación de leer algunos. Bastantes. Muchos. Demasiados. Todos...

Allí estaban tus ánimos cuando tenía algún problema, tus problemas con algunos compañeros, nuestras discusiones, nuestros buenos días, nuestros "te quiero mucho", besos, ¿sales pronto?, ¿pasas a por mí?, corrígeme esta carta...

He revivido las discusiones cuando vi que todo eso no era más que fachada, y que mi alma me había abandonado hace tiempo en el camino. Me he detenido en tus mensajes de ánimo-todo-saldrá-bien, y los intentos por volver a la normalidad, y las lágrimas por lo que se iba esfumando. Cómo duelen los fríos mensajes acordando cómo disolver nuestra vida en común, y los accesos de ira al ver que todo lo que habíamos construido con amor e ilusión se reducía a dinero.

He sentido la tentación de llamarte o escribirte un mail. Necesitaba saber que estabas bien, oir tu voz que hace tanto tiempo me cautivó, y saber que no habías desaparecido. Pero he recordado la última conversación que tuvimos y me dije: mejor no. Discutimos, peleamos, nos enzarzamos como nunca en una pelea de gallos sin ningún sentido, y acabó cuando pronunciaste una frase que creo que nunca dejará de venirme a la cabeza al menos una vez al día: "No vuelvas a llamarme. Estaré bien. Y en cualquier caso, ya no es asunto tuyo".

Touché. Es cierto. Casi matemático. No hay nada que discutir. He apartado la mano del teléfono al tiempo que una lágrima rodaba por mi cara.

Soy completamente consciente de que no has tenido nada que ver con lo que me ha pasado hoy. Pero por tí, he tenido un mal día.

El hámster en su noria

Dañamos, perdonamos. Sufrimos, gozamos. Errores, correcciones. Alegrías, tristezas...

Parece que la Vida no es más que un sinfín de bucles sin final, que no dejan de abrirse y que nunca se cierran. Igual soy un idealista sin remisión, pero ¿por qué no intentamos romper ese círculo vicioso?

Solo en el desierto

Cuando desperté descubrí que estaba desnudo, en medio del desierto, con un calor infernal, bajo un cielo abrasador y ante mí se desplegaban kilómetros y kilómetros de dunas y arena en todas direcciones. "¿Cómo he llegado aquí?", pensé. Había huellas a mi espalda, huellas de pisadas que se perdían tras una duna. Había llegado allí andando desde algún lugar.

Poco a poco empecé a recordar. Mi cabeza se aclaraba bajo el sol, y empezaba a vislumbar entre sueños que no hacía mucho estaba en un oásis en medio de ese mismo desierto.

Recuerdo que había pasado algunos días allí, descansando, comiendo dátiles, inundándome de vida, pero que poco a poco había comprendido que aquello no duraría siempre. Comía los dátiles más rápido de lo que crecían, así que se iban a acabar. Era cierto, sin necesidad de bola de cristal. Se acabarían y no había encontrado otra cosa que comer, así que yo también me moriría de hambre. Y si conmigo, el oásis en sí, porque sin dátiles, también moriría parte de su ser, de su esencia, de lo que era: un lugar virgen, donde la Vida surgía en medio de la nada sin ningún tipo de limitación, sin orden, sin control, salvaje... Dejaría de ser aquello que me había cautivado.

Así que decidí lo que creía mejor para los dos. Sin saber el camino, sin saber qué me pasaría, sin importarme siquiera el morir en el camino. Lo decidí para que aquel oásis me sobreviviera.

Sin veredicto

De pequeño, ya lo he mencionado un par de veces, siempre fui el típico niño Vicente, formal, gordito y con el último botón de la camisa abrochado (¡cómo lo he odiado siempre!), con el pelo mojado de colonia, al que las abuelas no saben saludar de otra forma que estrujándoles los mofletes hasta casi reventarles la cara.

Recuerdo también que no quería ser así. Me sentía diferente. El resto de chicos por lo general no llevaban camisa, sino una simple camiseta; y si la llevaban, no se abrochaban hasta el último botón; ni sus madres les repeinaban tanto; y se resistían a las abuelas. Aparte de odioso, todo esto me hacía ser el hazmereir de la clase. Y si ya era malo tener que soportar esos detalles que no me gustaban, las risas y burlas eran demasiado.

Quería ser como los demás, no dar la nota, no ser tan repulsivo de tan rehecho. Intentaba hacer trastadas y travesuras como los demás, pero nunca salían bien. Aparte de todo, era un poco torpe, así que si había alguien con todas las papeletas para que le trincaran los profesores, era yo.

Los sentimientos que me provocaba aquello eran contradictorios. Por un lado, intentaba eludir el castigo, como haría cualquiera, así que negaba lo evidente. Por otro lado, empezaba casi a convencerme de que tenía la culpa de todo, porque hacía las cosas mal ya que sólo a mí me trincaban. Me costó Dios y ayuda convivir con esas sensaciones de la cabeza: siempre que algo en lo que yo hubiera intervenido salía mal, empezaba a temer que había hecho algo mal y por eso salió mal. Me estresaba, me aterraba, casí no podía quiármelo de la cabeza... Ahora razono y pienso: no es culpa mía por tal y cual, pero la sensación siempre salta. Está ahí, y tengo que dominarla, pero no desaparece.

Aprendí hace tiempo a no traicionar a lo que creo que debo hacer, aunque me duela o aunque sea desagradable, a pesar incluso de lo que pueda desear a corto plazo, porque sé que a largo plazo ese deseo cambiará. Aprendí a respear mis límites. Me obligo a hacerlo día tras día para no llamar a mi ex-mujer y decirle que volvamos, para no decirle a mi jefe de qué mal se tiene que morir, para no caer en cualquiera de las posibilidades de olvido que hay por ahí,... Porque si a corto plazo está muy bien, a largo plazo sería un desastre peor que el que intentaría arreglar.

Y aunque nadie puede controlar los sentimientos que en los demás suscitan sus decisiones, cuando una flor se marchita a tu paso siempre tienes que convencerte de que no es culpa tuya.

¿Yo o él?

Volvía a casa desde una librería cercana donde, ya sabéis, me encanta perderme para dejar pasar el tiempo. El sol del final del verano no calentaba tanto como hacía unas semanas, y se notaba. Además, como a la vuelta de vacaciones el trabajo aun está relajado, pude salir a una hora civilizada y dejarme caer por la librería.

Antes de llegar a mi casa, me llamó la atención una camisa en un escaparate. Demasiado cara. Justo cuando levanté la cara para seguir mi camino, lo ví. Bueno, no se si es mejor decir lo ví, o me ví. Allí estaba. Yo mismo. Iba vestido con ropa mía, ropa de mi armario. Venía del supermercado con un par de bolsas. Estaba mirándome. Se quedó con la misma cara de asombrado que yo.

Siempre he sido un poco paranoico. Lo siento. No sabía qué podía significar aquello, pero no podía ser bueno. Nadie se encuentra con su doble, o su hermano gemelo secreto. O si a alguien le pasa, no nos enteramos. O no nos lo cuentan. O podía ser como en las películas de espías. O un experimento. Pero sentí el peligro de la situación.

Y un segundo después, su reacción me lo confirmó. Entrecerró los ojos, soltó las bolsas de un golpe, y salió corriendo detrás de mí. Cuando ví lo que estaba haciendo, me dí media vuelta y también salí corriendo, huyendo de él. Corrí como un desesperado, tropezándome con todo, hasta que al darme la vuelta comprendí que me había perdido.

¿Él o yo?

Volvía a casa desde el supermercado, no demasiado tarde. El sol del final del verano no calentaba tanto como hacía unas semanas, y se notaba. Y se agradecía que una caminata hacia el super no me costara una sudadera de padre y muy señor mío.

Justo cuando me giré para cruzar la calle, lo ví. Bueno, no se si es mejor decir lo ví, o me ví. Allí estaba. Yo mismo. Iba vestido con ropa mía, ropa de mi armario. Estaba distraído mirando un escaparate y levantó la vista. Me vió. Se quedó con la misma cara de asombrado que yo.

No creo que nadie en este mundo esté preparado para eso. Una de las pruebas que hacen los psicólogos para determinar el grado de desarrollo intelectual de un ser, por ejemplo un mono, es ponerlo delante de un espejo y estudiar si se autoidentifica como el que genera el reflejo que vé. Esto no tiene nada que ver. Te ves a tí mismo, haciendo cosas completamente diferentes, no como en el reflejo de un espejo, sino como si otra persona te hubiera robado completamente. No te deja nada. Ya no eres tú, sino él.

Entrecerré los ojos, solté las bolsas de un golpe, y salí corriendo detrás de él. Cuando vió lo que estaba haciendo, se dió media vuelta y también salió corriendo, huyendo de mí, y perdiéndose entre la gente.

Feelings

A fuerza de los golpes y los desengaños que la Vida te propina, te acustumbras a no mostrar tus sentimientos, a quedártelo todo dentro. Es una situación muy cómoda: nunca dices nada que te pueda delatar, nunca notan nada que de pié a preguntas insidiosas (en el mejor de los casos), no te implicas, te apartas, parece que nada te afecte, no notan, no trasmites.

Pero no es más que fachada. Nadie controla su corazón ni sus sentimientos. Todo aquello dentro de tí bulle como en cualquier otro. Sientes. Eres dichoso por sentir y tremendamente desdichado por no ser correspondido. Como cualquier otro. Pero tú lo sufres en silencio. Porque nadie sabe que lo sientes, que sufres, que hay algo que no muestras. Eres bueno en no mostrar ni el más mínimo cambio externo. Hermético. Hierático. La procesión va por dentro. No has probado el detector de mentiras, pero a lo mejor lo pasabas.

Todo por miedo. El miedo más irracional que puedo concebir. El miedo a no ser aceptado, a quedarte solo, a estar apartado, a no encajar. Por eso te amoldas, para aparentar lo que crees que los demás buscan. Pero en realidad eso es sólo una coraza. Nunca saben lo que piensas, ni lo que sientes. Lo quieres así, y así lo buscas.

Y así lo consigues. Hasta que un día, entre la disyuntiva de aflojar la presa o morir en el intento, dejas escapar un sentimiento fuera de la jaula. Y llegan los malentendidos. "Ah, pero ¿tú ...? Vaya, pues lo siento por tí". No te tienen en cuenta, porque no saben que pueden tenerte en cuenta. Se asombran. No se lo esperan. Ves la mueca en su cara. Mueca de sorpresa, incomodidad, casi de asco y repulsa. Es la mueca ante lo desconocido, ante lo que se sale de lo esperado. Que tengas un corazón que siente rompe sus esquemas, es nuevo, ni se lo imaginan, cambia su concepto del universo establecido. Y los cambios siempre generan rechazo.

En ese momento las palabras amables y las palmadas en la espalda poco pueden hacer para que no pienses que, paradojas de la Vida, sufres los mayores rechazos, esos que marcan durante toda la vida, cuando intentas que te acepten la única vez que te atreves a mostarte tal cual.

Confesión (II)

Nunca me arrepentiré de lo que hice. Nunca. Lo hice porque quería hacerlo, y estaba convencido de que era lo que tenía que hacer. Ahora, visto en perspectiva, creo que me equivoqué al aguantar tanto, al permitir tanto, al poner tanto de mi parte para que funcionara. Y una de las consecuencias desagradables es que desde que estaba con mi ex, no he quedado con otra gente tanto como antes, ni he cultivado mis pobres habilidades sociales, que si ya eran pobres, han quedado más que atrofiadas.

Sabía que estaba descuidando al resto de personas de mi entorno, gente que me apreciaba, que me resultaba interesante, a la que yo insteresaba, pero me parecía más importante nuestra relación, así que ocupaba prácticamente el 120% de mi tiempo en hacerla funcionar.

¿Y qué pasó? Pues que cuando te enfocas en algo demasiado, y lo pierdes, no tienes nada más, que es lo que me pasa ahora. Ahora que hemos roto me encuentro SOLO, no solo en el sentido de sin-pareja, sino casi sin amigos, casi sin contacto con otra gente más que cuando voy a mi tierra o en el curro o en el chat.

Es durísimo, increíblemente duro. Pero de todo se aprende, e intento corregir la situación a marchas forzadas, aunque con más pena que gloria, para qué negarlo.

Se acabó

Finalizar
Terminar
Acabar
Cerrar
Completar
Concluir
Finiquitar
Rematar
Apuntillar
Amén
Colofón
Ultimar
Resolver
Expiar
Desenlace
Agotar
Clausurar
...

Y puede que muchos más sinónimos para dar a entender que esto se acabó.

Mi corazón

Mi pobre corazón oxidado
Mi pobre corazón encogido
Mi pobre corazón todo el daño
Mi pobre corazón todo lo bueno vivido
Mi pobre corazón lo mas malo
Mi pobre corazón lo divino, lo valiente, lo cobarde, lo esperado, mi virtud y mi defecto, mi barranco y mi camino
Mi pobre corazón no importa que sea pequeño
Mi pobre corazón siempre te hecha de menos
Mi pobre corazón que no le caben ya las penas
Siempre que me duele me lo llevo de verbena
Mi pobre corazón que me mantiene con vida
Mi pobre corazón siempre la luz encendida
Mi pobre corazón que a veces quiere salir
Mi pobre corazón que está enganchado al speed
Mi pobre corazón en directo
Mi pobre corazón en domingo
Mi pobre corazón en pelotas
Mi pobre corazón en Fa sostenido
Y mi pobre corazón se me fue oxidando
Y mi pobre corazón no ves que siempre está llorando

(Fito Cabrales)

Comiendo dátiles

Cuando desperté descubrí que estaba desnudo, en medio del desierto, con un calor infernal, bajo un cielo abrasador y ante mí se desplegaban kilómetros y kilómetros de dunas y arena en todas direcciones. "¿Cómo he llegado aquí?", pensé. No había huellas, ni pisadas, ni ruedas, ni nada. Como si hubiera caído del cielo. No estaba herido ni sentía ningún dolor. Simplemente estaba allí. Aparecido de la nada.

"Algo tendré que hacer". Claro. Evidente. Puedo quedarme aquí quietecito a morir de una insolación, o de sed, o puedo hacer algo. Hice lo único que se me ocurrió: me puse a andar en una dirección. No se precisar en cual. No me paré para orientarme con el sol. Tampoco podría haberlo hecho correctamente, así que me puse a caminar de forma que tuviera el sol a mi espalda: al menos no quedaría deslumbrado.

El esfuerzo parecía ligero a primera vista, pero a los pocos pasos me dí cuenta de que iba a ser muy duro. Increíblemente duro. Mis pies se hundían hasta más arriba de los tobillos en la arena, y cada paso era un suplicio. El calor de la arena me abrasaba la piel. El sol empezó al poco tiempo a quemarme la espalda. El sudor no tardó en brotar, pero se secaba casi inmediatamente en mi piel. Caí varias veces de rodillas, agotado. Me asombró mi fuerza de voluntad, que sometió a mi deseo de quedarme tirado en la arena y me obligó a levantarme una y otra vez. Empezaron las irritaciones por el sudor, el calor y el roce de la arena que, inevitablemente empezaba a llenar cada rincón de mi cuerpo.

Entonces lo ví. Un oásis. Creí que era un espejismo. Varios kilómetros de árboles, plameras, ruido de animales y agua fresca. No podía ser cierto. Me quedaba poco tiempo hasta que perdiera la razón. Lo único que había allí era arena y dunas, un maldito desierto de arena y dunas. Mi razón se empeñó en pensar que era un espejismo hasta que casi lo tuve ante mis narices. Era cierto. Estaba salvado. Agua fresca brotando del suelo como un riachuelo. Árboles y palmeras cargados de frutas. Animales. Vida. Toda la vida de kilómetros a la redonda, concentrada en un punto. Todo lo que faltaba al resto del paisaje, estaba allí metido. No sé cuánto tiempo estuve disfrutando del paraje y recuperando fuerzas.

Y en cuanto me hube recuperado, pensé: ¿Qué hago ahora? ¿Me quedo? ¿Sigo caminando? No se cuánto tiempo podré estar aquí, pero es casi seguro que podré sobrevivir. También es casi seguro que el desierto acabará conmigo, pero vivir en un oásis no es la manera más deseada de dar punto y final a mis días en este mundo. Y mientras me decido, sigo aquí, comiendo dátiles.

Confesión (I)

Nunca me arrepentiré de lo que hice. Nunca. Lo hice porque quería hacerlo, y estaba convencido de que era lo que tenía que hacer. Ahora, visto en perspectiva, creo que me equivoqué al aguantar tanto, al permitir tanto, al poner tanto de mi parte para que funcionara. Corregir es de sabios, dicen. Pero nadie ha dicho nada de arrepentirse. Así que no me arrepiento. Lo hecho, hecho está. Y no se puede cambiar.

Cuando te lloran en el hombro, te sientes alagado por ser tú, y no otro, en quien confíen. Piensas que tienes que aguantar lo que venga porque de lo contrario, ¿qué pensará? Me pide ayuda y no estoy. No, eso no puede ser. Y lo aguantas. No le das importancia. Es lo que debe ser.

El siguiente paso, sobre todo si el lloro-en-el-hombro viene por alguna influencia tuya, es un cierto chantaje emocional. ¿No ves como estoy? Claro que lo veo ¿No te parece que ya lo hemos pasado bastante mal? Claro ¿Piensas lo mismo? Sí ¿No das tu brazo a torcer? No. Escudándose en su mal momento, o sus horas bajas, o como lo queramos llamar, te intenta hacer cambiar. Es ciertamente desagradable. Lo dejas pasar porque crees que es parte de los nervios, el estrés y la ansiedad de la situación. Ya se le pasará, piensas.

Pero no se le pasa. Y vienen los desplantes, las salidas de tono, las discusiones, los malos rollos. Como dije al principio, aguantas porque quieres que funcione, y porque estás convencido de que es lo que debes hacer. Ves venir las bofetadas y no sólo no te apartas, sino que pones la otra mejilla. Te mandan a paseo y no te vas, sino que te acercas más. Estás inseguro porque te lo replanteas todo, absolutamente todo. ¿Debo aguantar? ¿Es mejor que no lo haga? ¿Debo pensar en mí? ¿En los dos? El miedo y la aprensión a corto plazo te superan. La presión se hace insostenible.

Y al final, después de muchos años, cualquier tontería más o menos inocua hace saltar todos los resortes de lo poco que quedaba en pié, lo mandas todo a paseo, y tiras por la ventana todas tus ilusiones, todos tus proyectos, toda tu vida futura imaginada, todo aquello que daba sentido a tus actos. Y te separas.

No puedo negar que no he creído posible estar tan triste como ahora estoy yo, pero me encuentro infinitamente más tranquilo.

La Muerte

Seguro que habéis pensado, en algún momento de vuestras vidas, qué sentiríais en el mismo momento de vuestra muerte. No me refiero a pensar cómo vais a morir, o el sufrimiento de una enfermedad incurable hasta que llega el mismo momento de decir adiós. Da igual la forma de llegar, o de prepararse, o de afrontarlo. Ese momento ha de llegar, tarde o temprano, con dolor o sin él, pero llegará. Pues bien, ¿qué se siente en ese mismo momento?

Creo que lo sé. No he muerto para regresar, no. Pero sé lo que se siente. Se siente lo mismo que ahora siento yo. Vacío. La sensación más angustiosa y agobiante que puedo imaginar. El vacío. Tan vacío que no hay eco. No hay suelo, ni techo, ni paredes, la temperatura es perfecta, el aire completamente inodoro, no tocas nada, ni sientes nada. Recibimos toda la información del exterior por medio de los cinco sentidos, pero aquí no te sirven de nada. No hay nada que percibir. Sólo tú.

Y tus pensamientos. Eso es lo peor. Tu cabeza. Tu razón. La que nunca descansa. Cuando has muerto, tu corazón deja de latir. Tu cabeza no. Recuerdas toda tu vida, de cabo a rabo, de principio a fin, y cuando acaba vuelves a empezar. A veces, antes de acabar rebobinas un poco, pasas a cámara lenta y piensas: "Aquí no debí hacer eso". Pero ya es tarde, no puedes cambiar nada. Y como la cabeza es así de cabrona, empieza a pasar rápido los momentos agradables, y a recrearse en los malos ratos. Y te hace sufrir obligándote a ver a cámara lenta todo lo que hiciste mal: aquellas lágrimas a destiempo, las contestaciones que provocaron risas, las burlas por tus ocurrencias sin gracia, las frases lanzadas sin pensar, las indirectas sin venir a cuento... Todo. Sin fallar ni una. Sin que nada falte. Repitiéndose durante toda la eternidad, cada vez más despacio, sin llegar a detenerse.

Y todo esto lo sé porque ahora me siento morir, porque lo he vivido otras veces, porque creo que he arruinado mi vida otra vez.

La nueva ley

A partir del día de la fecha de publicación de la presente, y con efecto inmediato, queda prohibida cualquier actividad emocional que esté destinada, por acción u omisión, intencionadamente o por descuido, a la aparición de lazos afectivos entre las personas más allá de los propios de la amistad o la familia, más conocidos por el denominador común de enamoramiento.

Tal medida no tiene otro fin que permitir alcanzar la libertad total de acción del individuo frente a nocivos influjos externos a su ámbito de responsabilidad. El dolor de alma, principal elemento distractor, y que tan común resulta en determinadas situaciones amorosas, queda apartado y deja de intervenir en la toma de decisiones óptimas del individuo destinadas al bien común de la sociedad.

Consecuentemente no se permitirá la toma de decisiones basadas en la intuición, sino que deberán fundamentarse en una estricta reflexión racional, que no emocional, para lo cual es de obligatorio uso el formulario adjunto, con el fin de justificar correctamente a uno mismo el proceso de razonamiento. Las consecuencias, tanto de la decisión como de la no-decisión, deberán estar justificadas hasta un tercer grado, con un mínimo de opciones consideradas, dependiendo del tipo de decisión según la tabla que figura al dorso.

Por último sólo recordar a todas las personas libres que tales medidas se han tomado tan sólo pensando en el beneficio común, tras observar las nefastas consecuencias que las decisiones tomadas por intuición o por enamoramiento tenían en el resto de congéneres.

Y cuando acabé de leer, me desperté bañado en sudor, temblando, aterrorizado. No puedo volver a dormir desde entonces.

Codicia

¿Os habeis parado a pensar en por qué nos gusta lo que nos gusta? Es asombroso, y hasta inquietante, el descubrir que, por mucho que nos propongamos, no podemos escapar de una jaula de cristal que nos limita el ámbito de actuación.

Nos gusta una camisa en el escaparate de una tienda, nos llama la atención el plato que sirven en la mesa de enfrente, queremos conducir el coche que nos adelanta en la autopista, ansiamos acostarnos con la chica que coge todos los días el mismo metro que nosotros.

¿Por qué tú? ¿Por qué yo? ¿Por qué no algo completamente diferente? Aquí está la respuesta: codiciamos lo que vemos, como astutamente dijo Hannibal Lecter a Clarice Starling.

No es para mí

Ha sido siempre este miedo que me ha atrapado las entrañas como unas tenazas infernales el que me ha impedido abrirme a ver mundo. He sentido un miedo visceral e irracional a todos aquellos que no conocía. De pequeño me protegía como podía de las burlas de todos, y al final he acabado escondiéndome de la gente. No quería que me miraran porque creía que lo siguiente sería que me señalaran con el dedo para alguna mierda de guasa a mi costa. No quería que supieran nada de mí porque una voz interior me decía que sería el siguiente tema de cotilleos y risitas en mi entorno.

Así he vivido tranquilo, odiando a todos los que me han llevado hasta aquí. Pero ahora, al final de la lista hay un nombre más: el mío. Me he negado demasiadas cosas. Me he reprimido muchos deseos. Me doy cuenta de que he aprendido del mundo mucho menos de lo que se puede. La vida. La experiencia. Todo eso hace que se te activen las neuronas. Y yo las tengo bastante dormidas, así que ahora pago las consecuencias. Nunca he considerado que fuera interesante o ingenioso o estimulante para nadie. Es algo que he dado por supuesto desde siempre, y la vida no me ha dado motivos para pensar de otra forma.

Es ahora, al darme cuenta que el alma es un ser diletante que no busca más que su propio placer, cuando siento una frustración infinita por el tiempo perdido. Todos buscamos algo que nos guste, y podemos adornarlo como queramos: interesante, estimulante, excitante, y todos los sinónimos que se puedan encontrar. Y no precisamente algo físico: el alma es mucho más difícil de contentar que el cuerpo, y siempre está en constante búsqueda de su propio placer, pase lo que pase. Siempre busca más. Siempre quiere más. Parece un parásito que devora todo aquello que encuentra apetecible. Pero es un parásito enfermo del máximo grado de masoquismo. Precisamente ese es, a mi entender, el mayor placer que busca el alma de una persona: ser devorado por otra alma que la encuentre apetecible.

Diálogo

- Déjate ir, arrastrado por la corriente, disfrutando del viaje, mecido por las olas. Si no te gusta donde llegas, siempre puedes volver al mar y dejarte llevar a otro sitio.
- ¿Y qué pasa si ves un paraiso, pero la corriente no te lleva allí? Ves tu sitio, tu Edén, el lugar donde quieres llegar, pero la corriente te separa de él, te controla, te dirige, te domina.

En busca de la felicidad

Cuando alguien habla de buscar la felicidad, pensamos siempre en encontrar una combinación de circunstancias externas que nos hagan agradable nuestra existencia. Queremos estar a gusto nosotros, con nuestra forma de vivir y de ser, y para eso buscamos unas circunstacias que no nos presionen, no nos limiten, no nos condicionen.

Hoy he saboreado otra forma de ser feliz, menos directa, más sugerente: saberte responsable, aunque sea en parte, de la felicidad de otro.

He conocido a alquien que...

... viajó diez años al extranjero por unas vacaciones de dos semanas
... tiene demasiadas señales de los golpes de la vida
... amó a hombres y mujeres por igual
... su amor de juventud supo demasiado tarde que nunca lo abandonó
... nunca sabrá que intentó suicidarse
... vivió sola en una isla diminuta como el Principito en su planeta
... odia la verdura pero vive obsesionada por las neveras
... os lo creais o no, es completamente normal

Jodida bici...

Cuando algo es tan repetitivo y trivial que casi da vergüenza explicarlo, solemos decir que "es como ir en bici, que nunca se olvida".

Una duda me quema el alma: ¿qué pasa con los que nunca hemos aprendido a montar en bici?

Reconocimiento

Cuando tienes razón, hay que dártela. Y qué jodido es pasar por eso.

La foto

No he sido nunca un gran aficionado al arte, ni me considero un experto, pero reconozco que me gusta visitar museos y exposiciones, y cuando voy de viaje me preparo una ruta con lugares interesantes para visitar.

Aquella era una tarde nubosa y fea como muchas otras de un mes primaveral más húmedo que de costumbre. Fui a visitar una exposición de un fotógrafo francés de los años 30 casi desconocido para el gran público, pero muy apreciado por los críticos. Me lo recomendó una amiga que sabía que, de lo contrario, me quedaría en casa carcomiéndome los sesos y dándole vueltas a mi vida.

La exposición en sí no era nada llamativa o espectacular. Retratos y escenas cotidianas de la gran ciudad, algunas vulgares y otras bastante acertadas. Casi a punto de dar por perdida la tarde, me impactó la foto de una mujer que se miraba en el espejo. Estaba tomada desde un lateral del espejo, así que ella no miraba directamente a la cámara, sino a un lado. Llevaba el pelo corto, desordenado, como recien levantada. Su mano izquierda se apoyaba en la nuca y miraba seria a su reflejo en el espejo, la cabeza ligeramente ladeada, investigando, buscando, descubriendo las marcas que una vida con demasiados reveses había dejado en una cara que, aunque atractiva, había conocido mejores épocas. Una mirada que hacía que casi te pudieras asomar a la vida de aquella mujer para descubrir todo lo que le había pasado.

Debería haber sido increíblemente bella de joven, los hombres habrían caído a sus pies por docenas; y ella, a pesar de los convencionalismos de la época, habría demostrado ser más viva e inteligente que el mundo que la rodeaba, sabiendo aprovechar el momento y experimentando todo aquello por lo que otras suspirarían en secreto. Pero como todo en esta vida, habría perdido poco a poco la ilusión por lo que tenía, dejándose llevar por una existencia que la superaba, hasta que aquella mañana, ese fotógrafo supo retratar la serenidad de rememorar todo aquello que fuimos y que añoramos recuperar antes de que sea demasiado tarde.

No lo pude aguantar, y volví a casa en silencio, donde rompí a llorar por no haber conocido más de aquella mujer.

El que espera, desespera

El tiempo pasa lentamente, consumido casi sin ser consciente de ello, segundo a segundo, minuto a minuto, tic-tac tic-tac.

La tormenta arrecia fuera. Cada pocos minutos se para, sólo para volver a llover con más fuerza. Las gotas y el granizo hacen un ruido atronador al golpear contra las persianas. Las aceras parecen pistas de patinaje. Los pocos peatones que caminan por la calle lo hacen corriendo de portal en portal.

Intento escribir, pero las ideas se diluyen en mi mente como gotas de vino al caer en un vaso de agua. Parece que hay algo interesante que capta tu atención, pero cuando pruebas a plasmarlo en palabras, ya se ha ido, se escapa como la arena de la playa entre los dedos de la mano.

No puedo hacer otra cosa que esperar a que ocurra algo.

Quien ríe el último...

Anoche quise hacerme un par de sandwiches de atún para cenar. Era tarde, más que de costumbre, y no quería ponerme a cocinar. Me había quedado dormido viendo en las noticias una serie de interesantes imágenes de atrocidades en algún rincón del mundo, y me desperté cuando una erótica voz femenina anunciaba las excelencias del último modelo de pela-pipas automático.

En la cocina me preparé el pan y saqué del armario una lata de atún. Levanté la anilla del abrefácil, metí el dedo, puse el pulgar en el centro de la tapa, tiré y ¡clack!. Anilla rota. Otro inventor que debería ir al paro o al paredón. A medias entre enfadado y frustrado busqué un abrelatas, porque suele suceder que, a veces, el progreso no consiste en otra cosa que complicarnos la vida. Bien, otra de las cosas que tengo que comprar cuando vaya al super un día de estos. Aunque era tarde, llamé a la puerta de mi vecino, un rumano mal encarado que tenía unos horarios más raros que los míos, seguro de que estaría despierto. Sí, estaba despierto y, ¡estaba salvado!, tenía un abrelatas. Me lo prestó y me encaré con mi lata al regresar a la cocina.

Empezó una lucha más ardua que antes. La lata no se estaba quieta. La mohosa bancada de la cocina no ayudaba. El aceite que se derramaba empeoraba las cosas y acabó desperdigado por media cocina. No es mucha superficie, porque en la cocina sólo quepo yo, pero aun así es mucho. Empezaba a dudar de si había algo de atún en la lata, aparte de tanto aceite. Al final se abrió la puñetera lata. No ví el corte perfecto esperado por el abre-fácil, sino el irregular corte del abrelatas. Pero la lata estaba abierta, que era lo importante.

Con cuidado empecé a levantar la tapa ayudándome del abrelatas, y es aquí cuando la lata se tomó su venganza. Entre el aceite, mis sudores, el cabreo y la hora, se escapó y la tapa me abrió un bonito corte en la mano. Era muy escandaloso, mucha sangre, pero después de limpiarlo vi que no era para tanto, así que devolví el abrelatas al rumando del piso de al lado (que ya estaba cogiendo el puntillo de la media docena de cervezas que se trajina a esas horas) y acabé de prepararme la cena, con el sabor agridulce por las consecuencias de no haberme dado por vencido: obtuve lo que quería, pero con marcas. A lo mejor, la próxima vez tengo a mano un poco de fruta, y le van a dar a la lata.

Vacío

Cierro los ojos y siento que floto, vuelo sin rumbo, me veo desde fuera de mi cuerpo, sobre las luces de la ciudad. No hay sonido. No hay viento. No siento nada. Me inunda una increible tranquilidad interior. Una paz como no había sentido antes.

Me encuentro vacío, hueco. Todo yo. Dentro no queda nada. Es curioso que aun mantengo mi forma. Pero cuando me golpeo ligeramente con el dedo, suena un clop-clop-clop como el de los cocos. Soy como una concha vacía. Pero ahora me doy cuenta de que estoy fuera de eso que reconozco como mi cuerpo vacío. Eso era mi coraza, pero la he dejado aparte.

Ya no tengo miedo ni tengo que esconderme. Ahora tengo que ser yo...

Descansando

Me he tomado unos días de descanso, para despejar la cabeza y aclararme un poco.

Estoy pasando unos días cerca del mar, porque siempre me ha parecido que tener una frontera natural ayuda a orientarse no sólo en la ciudad sino en la vida en general.

Dentro de poco volveré, espero que mejorado. Ya me direis.

Vienen y van

No podía imaginar esto, pero la realidad siempre supera la ficción, como se suele decir.

Siempre he sido de los que pensaban que amigos, lo que se dice amigos, se tienen pocos en la vida, quizás baste una mano para contarlos. Personas (que no gente) en la que confiar, con la que hablar y desahogarte, a los que pedir ayuda, salvavidas a los que aferrarse en medio de la tormenta cuando el resto se hunde y que te mantienen a flote. Amigos de esos que siempre están ahí cuando los necesitas. Incluso saben hacerte notar que los necesitas; porque, admitámoslo, somos unos tíos duros, orgullosos y autosuficientes que no necesitamos de nadie. ¡Y una mierda! Los necesitamos aunque digamos que no. Pues bien, de esos hay pocos a lo largo de la vida.

Y acabo de perder a algunos. Es triste decirlo, pero es así. Creo que alguien dijo una vez (y si no, me apunto el copyright de la frase), que la confianza se gana día a día y se pierde en un instante. Pues ese día ha llegado. Me entristece pensar que no podré confiar en personas en las que he confiado desde que tengo uso de razón, hasta ahora. Curiosamente no me siento traicionado, sino que el dolor viene más por la pérdida que por lo que hayan hecho o dejado de hacer. Al fin y al cabo, sucedió hace tiempo.

Pierdo amigos en un momento difícil pero no lo veo como una catástrofe. Me siento fuerte para afrontar lo que sea. Esto no es más que un ligero contratiempo, una circunstancia más, una regla del juego que no va a ralentizar o obstaculizar nada. Estoy seguro que en otro momento creería que el mundo se desmoronaba a mi alrededor. Y estoy satisfecho de mí mismo al pensar que ahora no lo veo así.

Y además tengo otros apoyos que han ido apareciendo en el camino, apoyos que nunca imaginé que surgirían, deliciosas sorpresas que a veces nos depara la vida que por una vez deja de gastarnos putadas y nos da un momento de respiro. Estoy encantado al pensar que, poco a poco, pasen a formar parte de esa mano que cuenta las personas que de verdad valen la pena.

Domingo

Tradicionalmente el domingo es el día guay, el de descanso, el de salir a pasear, el de tomar el sol, el de levantarse tarde, el de hacer ejercicio, el de comer bien. Pero tambien es el día del futbol, los atascos, las tiendas cerradas, adolescentes vagando sin dirección, domingueros, el chandal y zapatillas, el periódico de 15 kg o el aperitivo en el bar.

Los recuerdos más placenteros que tengo de las mañanas de los domingos son los Via Crucis de recoger toda nuestra ropa desde la entrada hasta el dormitorio mientras recordabamos, con cada prenda, cómo había caído. Sin una palabra, sólo con una mirada, comprendíamos que los dos estábamos pensando en lo mismo, una ligera sonrisa pícara a modo de confirmación.

Recuerdo bocas que se buscan para devorarse, manos que no paran de moverse, susurros y gemidos, la respiración entrecortada, ahogada. Botones que saltan, cremalleras que se abren, el abrigo y la chaqueta caen, Ven aquí, caricias profundas, el pelo de mi cuello se eriza, Vamos, Todavía no, dos pasos más, abrimos una puerta de un empujón, nos apoyamos en otra pared, tapas mi boca con la tuya, te aprieto contra mí, jadeas, más prendas en el suelo, Cuidado, Sujétate, llegamos desnudos al dormitorio. El resto es una nube incierta de cuerpos en la penumbra, besos, sudor, arañazos, caricias, abrazos, entrega definitiva, pasión en el más puro sentido de la palabra.

El día siguiente el sol nos descubre abrazados el uno al otro. ¿Cómo será este domingo? Por lo menos el inicio ha sido perfecto.

¡Salta!

Después de todo, no creo que sea interesante para nadie, y menos para mí, ahondar en cómo me siento. Estoy jodido. Punto. Podré intentar describirlo de forma más poética, pero no hay mucho más que añadir. Es una situación que he elegido yo, que he sido el que ha dicho basta, pero no por eso es más fácil ni bonita.

A pesar de mi estado, voy encontrándome poco a poco. De lo primero que me he dado cuenta es de que he empezado a asomarme al borde del precipicio que supone la libertad. No estaba encerrado ni encadenado, pero ahora los únicos límites a mis decisiones son los necesarios para vivir en sociedad. Aparte de eso, no hay nada. No dependo de nadie, nadie depende de mí, no tengo porqué consultar nada con nadie: si quiero hacer algo, lo hago y punto. Pero todo ese mundo, para un novato como yo, es poco menos que saltar al vacío sin saber si llevas paracaídas. No conozco a nadie que se haya muerto de ser libre, así que no temo nada, pero da un vértigo de la leche.

Conozco a bastante gente que ha saltado y me comenta lo bueno que es por dos razones básicas: la primera es la libertad, la segunda es el conocimiento de uno mismo. Yo creía conocerme, pero comencé este blog porque descubrí que no era así, y que llevaba una coraza encima que no me dejaba moverme. Estoy deshaciendome de esa coraza, y tendré que acabar de descubrir cómo soy en realidad. He empezado a ver cosas que me han sorprendido gratamente, y otras que debo pulir porque no son como quiero, los mimbres están ahí pero hacen falta manos expertas para que salga algo con sentido.

¿Algun efecto secundario? La soledad. No me asusta la soledad, no la he vivido nunca de forma activa, pero sí que ha habido más veces en las que he preferido estar sólo que en las que haya querido estar acompañado, así que creo que podrá gustarme. Tendré que aprender, como todo, pero tengo buena predisposición.

Bueno, vale ya de rollos. Apartaos, que allá voy.

Libros

Una buena amiga me decía hace tiempo que Internet le causaba estrés porque la hacía sentirse pequeñíta y abrumada ante la cantidad tan ingente de información que nunca sería capaz de asimilar o ni siquiera leer. Un sentimiento similar me invade cuando entro en alguno de los hipermercados de cultura que desde hace tiempo se han puesto de moda, léase Fnac o similares. Casi siento que me caen encima las estanterías llenas de volúmenes de escritores más o menos conocidos (o completamente desconocidos, lo siento) cuando paso demasiado cerca de ellas y veo las baldas combarse bajo su peso.

Cuando tengo que buscar algo determinado, caigo en la tentación de tales seres, que me engullen para dejarme huir bastante tiempo después del que sería estrictamente necesario para realizar mi compra. Al fin y al cabo, sé a lo que voy e intento no coincidir a la vez que la marea de domingueros culturetas que creen que las buenas novelas son los best-seller (alguna hay que si, pero normalmente no). Pero no puedo evitar el quedarme a husmear, a hojear, a echar un vistazo, a curiosear... y a picar. Siempre pasa igual. Entro a por algo, y salgo con más de lo que he ido a buscar, incluso si no encuentro lo que buscaba...

Pero cuando quiero sorprenderme, voy a librerías antiguas, de segunda mano o al rastro, donde el placer no está en encontrar lo que buscas, sino en encontrar sin buscar. Normalmente estos establecimientos tienen el mismo sentido del orden que las tiendas de los chinos, las antiguas tiendas de los veinte duros; es decir, ninguno. Bien, especifico, ningún sentido para cualquiera que no sea el dueño, que parece que tenga todo el inventario en la cabeza, y contesta sin vacilar si tiene lo que buscas. En estas librerías, buscar es inútil, símplemente me sumerjo en ellas y navego de estante a estante hasta que hay algo que me llama la atención y me lo llevo.

Los libros son casi un fetiche. Me gusta tener libros casi tanto como leerlos. Casi todos los libros que he leído, los he leido más de una vez. Otros son desechables, superficiales, los lees y más o menos es un estorbo quedártelos. Me gusta cómo huelen las librerías, esa mezcla de olor a papel, tinta, cola... Me gusta el ruido que hacen al separarse entre sí las páginas recien salidas de la imprenta. Me gusta el polvo que se acumula en los libros. O el tono amarillo que toma el papel al paso del tiempo... Todo.

Divino trabajo

Trabajo para vivir, como cualquier otro. Mi vida está aparte del trabajo, y lo necesito por el dinero. Evidentemente me gusta, y menos mal: paso más tiempo en el trabajo que con cualquier otro tipo de actividad. Pero la razón principal no es el altruismo ni la diversión ni la realización personal ni nada parecido. Es el dinero. Si pudiera conseguir dinero de otro modo, no creo que nadie trabajara.

Últimamente vivo para trabajar. Me permite olvidarme de lo destruida que está mi vida fuera del trabajo. Llego a la oficina e intento abstraerme de todo, concentrarme única y exclusivamente en temas como la montaña de papeles que cubre mi mesa, los cientos de e-mails que sobrecargan mi cuenta cada semana, o los gritos del imbécil prepotentede mi jefe. Cualquier cosa por olvidarme de lo que me espera fuera cuando, a las tantas de la tarde, cierro el ordenador y vuelvo a la triste realidad de comida en conserva, tele sin compañía y cama a medio deshacer. Es penoso tener que refugiarse en un entorno tan falto de humanidad como el de las oficinas de una corporación con tal de huir de la agobiante soledad que me envuelve. Pero es así.

Bueno, no nos rasguemos las vestiduras. Ya le cogeré el aire.

Olvidar

Ya he comentado que tengo he dejado a mi esposa después de 8 años. He dejado atrás esa vida por decisión propia, pero es evidente que los recuerdos no quedan atrás, sino que te acompañan hasta el fin de tus días. La huella que deja tanto tiempo es indeleble.

Nadie se pregunta porqué no hablo más de ellos? Porque el pasado no está aquí, no se puede vivir de ello. Hay que mirar hacia adelante. Esto es lo que me diríais. Y teneis mucha razón. Pero no es completamente exacto.

Quiero olvidar.

Mi amigo

Cenando hace tiempo con uno de mis mejores amigos, surgió el tema de las crisis en pareja. El amigo en cuestión, soltero de carrera, dijo:

- Siempre que alquien me cuenta sus dudas de pareja y me pregunta qué hacer, le digo que corte.
- Cómo? Menudo consejo. No puede ser, hay otras oportunidades. Por qué?
- Si dudas es que no estas seguro; si no estás seguro de lo que haces, no lo hagas.

Desde que aplico esta última frase a todas mis actuaciones, me va mucho mejor.

Asignatura pendiente

Estás nervioso, el pulso agitado, la respiración fatigada, no pudes controlar los tics, te levantas y andas, no aguantas más de un minuto sentado, no comes, no bebes, empiezas diez veces ese post y otras tantas lo borras, el corazón a punto de salirse de tu boca.

Tanto esfuerzo no tiene ninguna justificación. Relájate y piensa en el futuro, en tu futuro. Nadie se va a preocupar de tí mejor que tú mismo. Eres tú quien tiene que cuidar de tí.

Eres tu asignatura pendiente más importante.

Pensar en positivo también es decir "NO"

Hay un montón de cosas a las que debería haber dicho "no". Y no lo hice. Y así me vá. Y encima paso por tonto.

Visto lo visto, la frase del título es lo más cabal que he descubierto desde hace mucho tiempo. Mi consejo es que huyais de cualquiera que os diga que pensar en positivo se limita a pensar en cosas como "Todo va a salir bien", "Hay que tener confianza", "La próxima vez irá mejor". Eso está muy bien para intentar amortiguar los reveses de la vida, pero éstos llegan antes o después. A lo que me refiero es a plantear la situación de forma preventiva, a intentar minimizar los golpes o, al menos, sus efectos. Haciendo repaso de mi vida, he descubierto que podría haber evitado muchos dolores de cabeza si me hubiera plantado en determinado momento y hubiera dicho "NO".

Concienciarse de que, a veces, es beneficioso decir que no, es algo difícil, no os creais. Cualquiera de nosotros quiere ser agradable, caer bien, hacer pensar a los demás que estará dispuesto a ayudar,... Pero más como parte del juego social que como sentimiento sincero. Bueno, allá vosotros. En mi caso fue hace tiempo cuando decidí no hacer esto. Intento diferenciar la gente que no me importa, con quien quiero tener un trato cortés aunque que no sea sincero, de la gente que de verdad significa algo para mí, y con quien quiero tener un trato sincero, aunque no sea cortés.

Que nadie se equivoque cuando ofrezco mi ayuda sin que la pidan, me preocupo de forma espontánea o llamo por teléfono sin que sea por contestar a otra llamada previa: soy sincero. Y, aunque sea descortés, cuando digo "NO", también soy sincero: en ese momento he llegado a la conclusión de que esa forma de comportarme es la mejor para todos a medio-largo plazo. Puedo equivocarme, como todo el mundo, pero lo que nunca quiero volver a sentir es que dejo de ser auténtico con la gente que quiero que me conozca como soy.

Pero cuando esos actos son adornados con toda la parafernalia y fraseología de los convencionalismos sociales, no soy yo. Digamos que actúo conforme se supone que debo. Bien, esto es algo que me había propuesto desterrar de mi comportamiento, pero ya que puedo separar con quien hago cada cosa, dejadme la licencia de ser yo mismo con los que yo quiera. Total, el resto no me importa y creo que el sentimiento es mutuo.

Al final la consecuencia de todo esto es muy sencilla: la mejor forma de que la gente me conozca es por mis actos, así que hago que éstos sean lo más sinceros posibles. Con la gente que me importa y, sobre todo, conmigo mismo.

Nunca renuncies a tus sueños

No suelo hacer esto, pero vale la pena que lo veais.

Paradoja

Parque empresarial.

(Al que inventó esto tendrían que matarlo, por capullo)

Llueve

Todo el mundo menciona el día tan bonito que hace cuando luce el sol y no hay nubes en el cielo y se les alegra al cara porque aun es de día cuando salen de la oficina y se pueden sentar en una terraza delante de una caña bien fría.

Pero a mí me encantan los días de lluvia. Me gustan cuando llueve a cántaros y no quiero salir de casa y me acurruco en algún rincón con un libro, cerca de la ventana para ver las nubes grises descargando toda el agua que pueden y las gotas de lluvia repiqueteando en el cristal. Abro la ventana y me quedo resguardado mientras, a unos centímetros de mí, sigue cayendo la lluvia como una cortina de agua. Cómo disfruto con el escalofrío que recorre mi espalda cuando la fría y húmeda brisa me alcanza.

Pero si no llueve tanto, me encanta salir a pasear. No sonriais con malicia, ni penseis que estoy chalado. Me gusta salir a andar bajo la lluvia, mojarme, salpicar. La gente anda encogida en posturas imposibles para mantener la cabeza debajo del paraguas. Andan rápido o corren para guarnecerse bajo un portal. Yo no. Camino tranquilamente sin correr, el agua recorre mi cara, mi pelo chorrea, admiro el paisaje de la forma que dicen los entendidos que hacen los artistas: la luz del día es muy diferente, más pálida, pero más bella, melancólica. Las calles mojadas tienen un brillo especial bajo esa luz. Las gotas de agua resbalan por las hojas de las plantas.

Lo mejor viene al llegar a casa, cuando me seco y me cambio la ropa mojada. De estar desamparado y sólo frente a los elementos, me siento arropado y protegido. Intento llegar siempre con tiempo suficiente para disfrutar de ese instante. Me desnudo, me seco concienzudamente, me visto con algo cómodo y me arremolino en el sofá con la calefacción puesta hasta que entro en calor. El tacto de las prendas secas sobre mi piel helada me produce un placer muy sensual, como una caricia o un abrazo.

Lo único que lamento es que no acabe con una sensación similar a un orgasmo, sino que se va apagando poco a poco hasta que desaparece. ¡Nada es perfecto!

I miss...

Echo de menos tantas cosas…

El calor de un abrazo espontáneo, Hacer la compra acompañado, Que me escuchen, Una cena íntima, Una discusión a tiempo,Lágrimas sinceras, Enfadarme porque alguien ha dejado abierta la puerta del baño, Risas sin motivo, Que me griten, Besos húmedos, Una película en el sofá con ella durmiendo en mi regazo, Una conversación a la luz de las velas, Poner en la lavadora ropa que no es mía, Que no tenga que hablar para hacerme oir, Caricias suaves, Unos vinos en un bar lleno de humo, Que confíen en mí, Manos que me exploren, Que me reconforten, Tropezar con otro cuerpo cuando me doy la vuelta en la cama, Cocinar para más de uno, Que me comprendan, Mordiscos y arañazos, Alguien que me pida a regañadientes que baje la persiana por la mañana, Que no tenga que explicarme para hacerme comprender, Un cuerpo que explorar, Confiar en alguien.

Cosa de dos

Me crucé con ella ayer, en la calle, sin que ninguno de los dos se lo propusiera, dos transeúntes anónimos en la ciudad, cada uno a lo suyo, sin más ánimo que acabar pronto sus asuntos y volver a sus casas. Pero allí estaba, frente a mí, en la otra acera, a punto de cruzar el mismo semáforo que yo pero en sentido opuesto.

Era la reencarnación de todo lo que he estado buscando. Su figura y su forma de andar y moverse decían todo aquello que había en su interior. Seguridad, carácter, ternura, delicadeza, firmeza. Todo junto, en su justa medida, en su justo momento. Sabía como era, como pensaba, como opinaba, como reía, como besaba, sin ni siquiera haber intercambiado una palabra con ella.

Dicen que en el justo instante de tu muerte, toda tu vida pasa ante tus ojos como una película a una velocidad endiablada. En aquel momento pasó ante mis ojos toda nuestra vida imaginada, los dos juntos, todo como una cascada de imágenes desbordada ante mis ojos: risas, abrazos, peleas, desayunos, alegrías, viajes, caricias, cenas, sexo, masajes, besos, charlas, tristezas, …

Me miró. Fue un momento maravilloso. Creí desfallecer. No pude apartar los ojos. Soplaba un poco de brisa, así que el ademán que vi no se si era para apartarse el pelo de la cara o de desprecio porque se había dado cuenta de mi mirada. Pasó cerca de mí sin detenerse, con paso firme, la mirada al frente. Después desapareció entre el gentío.

Y allí me quedé, desconsolado y fuera de lugar, como siempre, sin saber si seguirla o continuar con lo que quiera que me hubiera llevado hasta allí, que ya había olvidado lo que era. Indeciso y acobardado. El sonido del claxon de un autobús que casi me atropella sirvió para devolverme a la realidad. Volví a ser el de siempre, indeciso, tímido, miedoso, una persona gris en medio de un mundo gris.

Esto es sólo una anécdota, pero sirve para ilustrar más o menos lo que pasa cuando no eres el hombre de la vida de la mujer de tu vida.

Buenas noticias

No todo son calamidades. Mi abogado dice que los papeles del divorcio irán rápidos. Me voy a quedar en la ruina, pero al menos más tranquilo.

Y sobre todo, siendo yo mismo.
Ya os iré contando.

Madura

Si guardas en tu puesto la cabeza tranquila,
cuando todo a tu lado es cabeza perdida.
Si tienes en ti mismo una fe que te niegan
y no desprecias nunca las dudas que ellos tengan.

Si esperas en tu puesto sin fatiga en la espera.
Si engañado, no engañas,
Si no buscas mas odio que el odio que te tengan...

Si eres bueno y no finges ser mejor de lo que eres,
Si al hablar no exageras lo que sabes y quieres.
Si sueñas, y los sueños no te hacen su esclavo.
Si piensas y rechazas lo que piensas en vano.

Si tropiezas el triunfo, si llega tu derrota,
y a los dos impostores les tratas de igual forma.
Si logras que se sepa la verdad que has hablado,
a pesar del sofismo del orbe encanallado.

Si vuelves al comienzo de la obra perdida,
aunque esta obra sea la de toda tu vida.
Si arriesgas en un golpe y lleno de alegría
tus ganancias de siempre a la suerte de un día,
y pierdes, y te lanzas de nuevo a la pelea
sin decir nada a nadie de lo que es y lo que era.

Si logras que tus nervios y el corazón te asistan,
aun después de su fuga de tu cuerpo en fatiga,
y se agarren contigo cuando no quede nada,
porque tu lo deseas y lo quieres, y mandas.

Si hablas con el pueblo y guardas tu virtud.
Si marchas junto a reyes con tu paso y tu luz.
Si nadie que te hiera, llegue a hacerte la herida,
Si todos te reclaman y ninguno te precisa.

Si llenas un minuto envidiable y cierto,
de sesenta segundos que te lleven al cielo....
Todo lo de esta tierra, será de tu dominio,
y mucho mas aún,
serás hombre, hijo mío.

("If", Rudyard Kipling)

Muy Honorable Señorita Tristeza

Quiero, ante todo, expresarle mi más absoluto agradecimiento por haber tenido la deferencia de hablarme en tan claros términos en su misiva anterior. Estoy convencido de que ese acto no lo realiza muchas veces, y por tanto me considero un honrado por haber sido foco de sus atenciones.

En segundo lugar, disculparme si usted no se define como perteneciente al género femenino. Siendo un sentimiento debería serle asignado el género neutro y es sólo debido a las reglas gramaticales del castellano por lo que la asimilo como fémina.

Hechas tales aclaraciones, paso a exponerle, sin más preámbulos, el tema de mi escrito. Lamento profundamente perder el tono educado y conciliador de las líneas anteriores, pero con su comportamiento no me deja más remedio.

Aunque por tu propia Naturaleza puedas vivir en el interior de las personas y conocer sus más íntimos secretos, eso no te da ningún derecho a ir aireándolos como si nada pasara. Hacer lo que has hecho, y ya sabes a qué me refiero, ha sido una cabronada por tu parte. Si antes quería que te alejaras, ahora estoy decidido a sacarte a patadas de mi vida.

Actualmente me encuentro en una delicada situación emocional debido a todo lo que me ha pasado, pero poco a poco recupero el vigor y las fuerzas para afrontar cualquier revés que la vida pudiera plantearme en cualquier campo, tanto laboral, como familiar o sentimental. Reconozco que aun estoy débil y convaleciente, pero al igual que vi cuando las fuerzas me abandonaban, se reconocer cuando vuelven. Como dices, tendrás mucha experiencia en tocar los resortes de la infelicidad, pero sé sincera, eres una maldita cobarde que sólo toca a aquellos que se dejan. Prueba con alguien fuerte, y todo tu concimiento de la Naturaleza humana será inútil.

Estoy completamente convencido de poder expulsarte de mí sin más ayuda que mi propia determinación. Podré sobreponerme a la situación. Templaré mis ánimos. Relajaré mis impulsos. Me concentraré en lo que hago en cada momento, como si eso fuera lo único que existiera en el mundo. Me estudiaré y analizaré para evitar caer en tus manos en otra ocasión. No anularé mis sentimientos o mis pasiones, simplemente no me dejaré dominar por ellas.

Pero si no fuera suficiente, se en quién apoyarme para tal empresa. Ese es tu mayor enemigo, la gente que no lucha sola. Uno contra uno, eres poderosa. Pero en grupo, aunque sea de dos, podemos vencerte sin problemas.

Con todos los respetos

Yo

Te dejaré tranquilo

Me iré algún día, no muy tarde, y te dejaré tranquilo. Soy un ser solitario y nómada que por lo general no se queda demasiado tiempo en el mismo sitio. Debo confesar que, a veces, le tomo gusto a alguien y no lo abandono hasta mucho tiempo después, incluso hasta su muerte, pero no te preocupes: estas veces son las menos, y por ahora no eres ese tipo de persona al que le cojo gusto.

Siempre que visito a alguien, como a ti desde hace unas semanas, empiezo por hacerme una idea de qué podía esperarme. Tengo que planificar mi trabajo, ya que de lo contrario, no sería ni la mitad de efectivo de lo que me acusan, y desde los albores de la Humanidad he estado aquí con vosotros. En tu caso fue fácil, eres casi como un libro abierto donde lo único que tenía que hacer era leer, apretar ciertos resortes de lo más evidentes, y ¡voilà! a funcionar. De verdad que no se cómo puedes ser tan patético y dejar tantas puertas abiertas a los demás. Si sigues así, tendré que visitarte más a menudo hasta que aprendas a cerrarlas.

Al principio el progreso hacia tu estado de ánimo actual fue lento. Es de admirar lo fuerte que eres, lo admito. Pero tengo la experiencia acumulada de toda una vida al lado de la Humanidad, así que no me menosprecies. Intentabas volver a tu calma inicial, y yo intentaba que no llegaras, apretando un botón aquí y otro allá. Me costó, no creas que iba a desistir: sería la primera vez, y no estaba por la labor. Al final tu lucha fue inútil y caíste en mis garras.

¡Qué gozada! Has sido uno de mis trabajos más elaborados. El torbellino de pasiones que pude desatar en tí era de lo más variopinto. Estaban los clásicos que siempre he encontrado en las personas en tu misma situación: añoranza por lo que se deja atrás frente a la promesa de emociones de la nueva etapa, melancolía por lo que no pudo ser enfrentada a alegría por un sentimiento casi liberatorio. Pero en tu caso hay otros elementos que se apartan del canon preestablecido en estas situaciones, pero que tampoco le son demasiado extrañas: ilusión, desazón, ansiedad, ardor, confianza, decepción,... Creé un cóctel explosivo como pocas veces.

He de reconocer que no ha sido todo obra mía. Admite que has colaborado, aunque sea un poquito, poniendo otros sentimientos que me son ajenos, pero que reaccionan conmigo igual que las gotas de agua sobre el aceite hirviendo. No te preocupes, aunque yo tengo bastante maldad, soy honesto y no voy a desvelar lo que he visto aquí dentro. Eso es cosa tuya y de esa chica, quien quiera que sea, exista o no... Vaya, siento que te hayas puesto así, pero la maldad es lo que tiene...

Bien, voy a ir despidiéndome. Por ahora me estoy divirtiendo de lo lindo, pero como tengo mucho trabajo por ahí no creo que me quede mucho tiempo. Hasta que me vaya espero que disfrutes tanto como yo de lo que he desatado, y que te sea leve o, al menos, llevadero. Y por favor, para cuando me vaya, si no te cuidas y no tomas precauciones con tu interior, aumentas las posibilidades de que te vuelva a visitar más pronto que tarde. Anímate. Aunque interesante y con posibilidades, no eres mi tipo y no creo que me quede mucho tiempo. Aunque esto es algo que nunca he podido calibrar a priori.

Atentamente

Tu tristeza

Dos de los grandes

Amor se llama el juego
en el que un par de ciegos
juegan a hacerse daño
(Joaquín Sabina)

Será más divertido
cuando no me toque perder
(Fito Cabrales)

Definición

En algún lugar leí una vez esta definición: vergüenza es el sentimiento de la propia dignidad, del pundonor.

Miedo

Tengo miedo. De actuar y de estar pasivo. De moverme y de quedarme quieto. De hablar y de callarme. De todo y de nada en particular. Tengo miedo. Estoy aterrorizado.

Si me encuentro así es porque nunca he podido descubrir ningún patrón de actuación que sea exitoso en un cierto porcentaje significativo de situaciones. Me dejo llevar por mi impulso y fallo. Me fuerzo a actuar contra mi impulso y es peor. Si hablo, debería haberme callado. Si me quedo parado, debería haberme movido.

¿No tienes miedo? No me lo creo. Todos tememos algo de una forma tan irracional como los niños temen al Monstruo del Armario. Todos tenemos algo dentro de cada uno que provoca esta misma sensación de parálisis e inacción. Muchas de las oportunidades que he ido dejando pasar han sido por miedo. Muchos de los errores que he cometido han sido por miedo. Me ha hecho elegir, creer, me ha dominado, me ha controlado. Me he convertido en mi miedo.

Todos intentamos protegernos, todos nos escondemos, todos nos apartamos unos de otros. Estamos encerrados en nuestras corazas para que los golpes de fuera no nos alcancen, pero no vemos que esa misma coraza que nos protege, nos limita los movimientos. Estamos anquilosados por un permanente estado de vigilancia contra el resto de la humanidad. El hombre no ha perdido, en todos sus años de experiencia, esa rabia primitiva y animal que se desata cuando nos vemos atrapados, y que hace que ataquemos incluso a la mano que nos acaricia. Tenemos miedo de desatar esa rabia en los otros y que nos dañe. Y sabemos que los otros se protegerán así que tenemos miedo del dolor de nuestros golpes en las corazas ajenas. Todos tenemos miedo del dolor y del sufrimiento.

No quiero protección, ni corazas, ni escudos. Voy a enfrentarme a los demás tal como soy y me veo. Ojalá consiga que los demás se enfrenten a mí tal como son y los veo. Significaría que confían en mí. Y el miedo y la confianza nunca van de la mano.

El carrusel de las horas bajas

La vida gira como un carrusel desbocado al que tú no has podido subir. Te quedas en tierra, frustrado, llorando, desesperado porque crees que ese viaje es el último, y te vas a quedar sin probarlo. No desesperes, que habrá otro viaje para tí. Cómo puedo saberlo. No puedes, simplemente confía en ello. He confiado muchas veces y nunca ha pasado, no lo he podido probar. Si no confías, te irás y entonces a lo mejor te lo pierdes.

Y por eso te esperas, viendo nervioso que las horas pasan, el carrusel sigue cargando gente que ríe y se divierte, y tú sigues en tierra viendolos pasar e imaginando que eres quien ríe. La ilusión de ese sueño devuelve la sonrisa a tu rostro. La posibilidad de subir te da fuerzas para seguir.

Pero el sueño pasa pronto porque no puedes abstraerte a lo que ves, porque piensas que no es justo que otros puedan y tú no, porque crees que todos debemos tener las mismas oportunidades. Iluso de tí, la Naturaleza es cruel y despiadada. La expresión "la ley de la selva" es perfecta para describir esa situación sin más normas o moral que la del más fuerte, o el más listo. Y no eres ni suficientemente fuerte. Ni suficientemente pillo. Y sin maldad. Eres peor que una gacela, eres un paquete de carne cruda con la etiqueta "Comida para Leones" escrita en la frente.

Al final se hace de noche y no puedes subir, te tienes que ir a casa con las lágrimas rodando por las mejillas, la frustración de haber fallado una vez más, y la firme convicción de que nunca conseguirás un billete para la felicidad que otros, más afortunados que tú, saborean constantemente hasta derrocharla.

Ver que tus deseos no se hacen realidad es mucho más doloroso que cualquier pérdida que uno se pudiera imaginar. Todo aquello por lo que vale la pena luchar se desmorona como un castillo de naipes en cuanto la vida, con su agudo sentido de la inoportunidad, provoca un ligero soplo de aire.

Me duele. Me duele mucho. Me duele como ninguna otra cosa antes.

¡No te quejes!

Cuentan de un sabio que un día
tan pobre y mísero estaba,
que sólo se sustentaba
de unas hierbas que cogía.
¿Habrá otro, entre sí decía,
más pobre y triste que yo?;
y cuando el rostro volvió
halló la respuesta, viendo
que otro sabio iba cogiendo
las hierbas que él arrojó.


Quejoso de mi fortuna
yo en este mundo vivía,
y cuando entre mí decía:
¿habrá otra persona alguna
de suerte más importuna?
Piadoso me has respondido.
Pues, volviendo a mi sentido,
hallo que las penas mías,
para hacerlas tú alegrías,
las hubieras recogido.


(La vida es sueño, Calderón de la Barca)

Sueños (II)

Estoy en la sala del colegio de mi infancia, con las mismas mesas, los mismos carteles en las paredes, las mismas perchas,… Hasta casi huelo el mismo olor. En lugar de la mesa del profesor hay un féretro. Mi familia y amigos se sientan en los pupitres. ¿Sabes? es tu funeral, me dice mi cuñado sin reparos. Me acerco al féretro. Soy yo, pálido y blanquecino. Mi ex y mis hijos lloran desconsolados. No me lo creo hasta que vuelvo a mirar el cadáver. Sí, soy yo, y es mi funeral. Todas las flores son blancas, pero me fijo y están muertas y secas. El suelo está casi alfombrado de pétalos caídos.

Paso al servicio. Al mirarme en el espejo veo que estoy desnudo, pero nadie ha prestado atención a eso. Me lavo las manos y me mojo un poco la cara. En lugar de toalla hay una falda negra, larga y negra, con una mancha que casi no se ve cerca de la cintura. Me da un poco de reparo secarme en ella, así decido quedarme en pié delante del espejo hasta que se sequen mis manos.

Entonces la imagen del espejo empieza a distorsionarse, como en las atracciones de feria. Se estira a lo largo, luego vuelve a la normalidad y lo hace a lo ancho, ahora mi cara parece “El Grito” de Munich. Me toco la cara para ver si me pasa algo, aunque no sienta dolor, y noto algo duro dentro de la boca. Son mis dientes. Los escupo en el lavabo, entre ríos de sangre. Rompo a llorar, por rabia e impotencia. El espejo me refleja aun más distorsionado. No parezco yo. No me reconozco. Doy un puñetazo al cristal del espejo que se rompe en mil pedazos.

El dolor y la imagen de mis nudillos cortados es lo último que recuerdo antes de despertarme.

Mal cuerpo

Una de las sensaciones más desagradables para mí es la de haber metido la pata hasta el último pelo de la coronilla, o más vulgarmente, haberla cagado pero bien. Si encima soy consciente de que podría haberlo evitado, apaga y vámonos.

Cuando algo así sucede, empiezo un ejercicio autodestructivo y completamente inútil que se basa en darle vueltas a la situación en cuestión e intentar mirarla desde todos y cada uno de los puntos de vista que se me pudieran ocurrir. Es inútil porque, por muchas vueltas que le dé, está jodido. Es autodestructivo porque a cada vuelta la evidencia de que la he diñado es mayor. Las consecuencias son: ningún resultado práctico para mitigar la cagada, y un mal cuerpo que dura bastante tiempo.

Quizás tengo un sentido de la responsabilidad demasiado acuciado, intento que todo lo que hago salga bien (ya puestos a hacer algo, hagámoslo como toca), y me molesta bastante en mi amor propio, el que las cosas que hago no salgan como creo que deben salir. No creo que esto sea en sí ningún hábito pernicioso, sino todo lo contrario. Pero pago su precio con creces, con este mal cuerpo que se me queda después de haber metido la pata; aparte, claro está, de los abucheos que con todo el derecho del mundo me dedican los afectados.

Bien, cada vez que miro a ver qué tengo por aquí dentro, más cosas tengo que arreglar.

Sueños (I)

Ando solo por un túnel bastante largo, pero completamente recto. Puedo ver la luz al final. No es oscuro, veo las paredes esculpidas en roca. Es bastante ancho y alto, y puedo caminar sin problema. Tardo bastante en llegar al final.

Me recibe la luz del Sol, limpia y brillante. Es un bonito día. He salido a una especie de claro en la selva con una pequeña charca en el centro. Veo sapos que croan de forma ensordecedora. Un grupo de pequeños monos salen despavoridos cuando me ven salir del túnel. No conozco el camino, pero empiezo a andar entre los árboles. Cuando voy a apoyarme en una rama, me doy cuenta de que hay una gran tarántula y del sobresalto casi caigo al suelo.

Oigo un rugido y de entre unas matas surge un tigre. No sé cómo, pero tengo un cuchillo en la mano, grande y oxidado. No parece afilado y tiene algunas mellas. El tigre me mira y avanza. Empieza a correr. Está a pocos metros y salta sobre mí. Estoy completamente calmado, levanto el cuchillo y se lo clavo en el pecho. Miro el cadáver, que se llena de moscas en un momento.

Al final salgo de la selva y llego a una playa. El mar está tranquilo. Hay algo en la arena cerca de la orilla. Cuando me acerco veo que es un delfín agonizando. Cuando intento arrastrarlo al mar, se desata una tormenta. No tengo suficientemente fuerza para meterlo en el agua. No voy a poder salvarlo. El mar empieza a agitarse de forma violenta. Poco a poco muevo unos milímetros el delfín en dirección al agua, pero no es bastante. Una gran ola nos arrastra mar adentro.

Cuando me hundo me despierto en mi cama envuelto en sudor.

Tímido

Sólo tres veces en mi vida he reunido el suficiente valor, o la suficiente temeridad, para ponerme frente a una mujer y decirle lo que sentía. El resto de ocasiones he vivido en silencio el sufrimiento del rechazo o, mejor dicho, de la incertidumbre; aunque invariablemente se tornaba en la certeza de saber y constatar que no era yo el indicado.

La primera vez fue al final de mi adolescencia, el principio de la universidad. Era un año mayor que yo, y la describiré simplemente como deliciosa. Mi experiencia era nula, y sencillamente fui rechazado con una elegancia que aun hoy me deja pasmado. Pero sufrí mucho, muchísimo, demasiado, y todavía siento una punzada dentro de mí cuando lo recuerdo.

Algunos años después, volvió a pasar. Era una chica normal, en la que antes no me había fijado. Empecé a verla con otros ojos, e incluso quedamos una noche para celebrar el cumpleaños de su hermana junto al novio de su hermana. Parecía que todo iba bien, pero no fue así. Esta fue menos elegante. Pasó más rápido y no sufrí tanto.

La tercera vez fue con la que aun es mi esposa a la que acabo de dejar, aunque ahora tendré que llamarla mi ex. No se lo dije propiamente dicho porque no hizo falta. Me dio valor y confianza pensar que ella lo sabía sin que se lo dijera. Hoy soy consciente de que no se había dado cuenta, sino que se dejó llevar, igual que yo. Fuimos, igual que en la canción, un par de ciegos que juegan a hacerse daño, aunque lo descubrimos muy tarde.

Soy uno de los mayores tímidos que existen. De niño he sufrido risas, burlas, bromas de dudoso gusto, y un interminable etcétera de pequeñeces-calamidad, desde mi aspecto de niño gordito, hasta los amores infantiles que siempre surgen. Desde siempre abrirme a los demás es dejares la vía libre a cualquier cosa que me quieran hacer. Y con el sexo opuesto ha sido aun peor. Al final todo esto no ha hecho otra cosa que favorecer el que mi miedo sea, creo, de los mayores de este mundo, si acaso se pudiera comprobar con un miedómetro. Curioso que el patrón no se reproduzca en el trabajo, donde estoy cubierto por la obligación que el resto de gente tiene a trabajar conmigo.

¿Debe ser parte de mi terapia el coger el toro por los cuernos? Pienso que sí, pero no se cómo. Platón dijo “No hay hombre tan cobarde a quien el amor no haga valiente y transforme en héroe”. Veremos. Por ahora sólo puedo poner buenas intenciones aunque sin ningún tipo de confianza en el resultado final. Lo único que sé es que tú, imagen inalcanzable que mis ideas han construido a partir de retales de mis vivencias, estarás siempre conmigo. Por lo menos no estoy sólo.

Tú (II)

Por más que lo intento me es imposible impedir que mis pensamientos vuelvan a tí una y otra vez, suaves como la brisa del mar en las alas de las gaviotas, ardientes como las llamas que lamen los troncos de la hoguera, salvajes como una manada de lobos rondando a un cordero indefenso.

¿Quién eres? Eres todo lo que yo quiero conseguir, retales de deseos almacenados durante toda una vida escondido en una cueva donde, iluminado por una pobre hoguera, intentaba imaginar cómo sería el Sol y darle tu imagen. He salido de la cueva, pero por ahora aun es de noche.

Esperaré a que se haga de día.

Aunque parece que estoy curado, todavía me queda mucho camino por recorrer. Tengo que perder el miedo a hacer cosas que nunca he hecho.

Me he dado cuenta demasiado tarde de que te has metido tan dentro de mí como para poder sacarte fácilmente. Una vez libre de todo lo que hasta hace poco ha sido mi vida, todos los impusos que surgen desde lo más profundo de mi ser no tienen ningun freno, y a duras penas logro frenarlos para que no salgan. No porque sean perniciosos, ya que son lo más maravilloso que he sentido en mucho tiempo. Pero pueden romper de tan fuertes, pueden quemar de tan ardientes, pueden deslumbrar de tan luminosos, pueden envenenar si no se toman con cuidado, ... Todo esto me asusta. Que tú serías la persona perjudicada me aterroriza. El miedo al rechazo me paraliza. Y me he decidido a que el miedo no me domine.

Tengo que hacerlo. Lo diré al mundo entero. Que toda la humanidad sea testigo de lo que siento.

Harto

Estoy harto de ser sólo el mejor amigo de muchas mujeres que me gustan.

Qué buena y qué mala

Me relaja. Tiene el poder de relajarme. Normalmente no me agito y mantengo la calma siempre que me es posible, pero cuando me altero o me agito, es muy difícil tranquilizarme. Pero ella lo consigue. Consigue que con muy poco esfuerzo vuelva a mi cauce. Es fácil y rápido. ¿Qué más necesito?

Últimamente me he dado cuenta de que necesito relajarme más a menudo. Incluso aunque no me altere, la necesito. Hay veces que sin ella no puedo pensar. Otras veces el simple hecho de no tenerla me altera. Creo que empiezo a depender de ella.

No necesito otras drogas. Ésta es de carne y hueso.

Finalmente estoy solo

Yo sólo. Conmigo mismo. Con tiempo para todo. Mejor dicho, para gastar como mejor me parezca. Puedo hacer uso de toda la libertad del mundo. Puedo decidir lo que quiero, y lo que no quiero, y lo que hago, y lo que no voy a hacer. Tantas cosas que me da vértigo. No llega a ser miedo, ni siquiera temor. Es sólo la incomodidad del cambio y de la búsqueda de una nueva rutina para los asuntos menos trascendentes.

Pero compensa. Por ahora, compensa. Hasta que la nueva vida me agobie tanto como la que ahora acaba, voy a explorar todos y cada uno de los rincones de mi alma, y tocar todos los resortes de mi ser. No quiero a llegar a mis límites, ni batir ningún record, pero soy consciente de que hay partes de mí que no conozco, y quiero que dejen de estar en la oscuridad.

Si quieres, estás invitado a acompañarme en este viaje.

Mi Rubicón particular

El 10 de enero del año 49 aC, Julio César cruzó al frente de sus escasas tropas el río Rubicón, que servía a Roma de frontera con la Galia, e iniciaba una guerra civil que acabaría con la antigua República. Cuando llegó al otro lado, se giró hacia sus tropas y les espetó la famosa frase "Alea iacta est" (la suerte está echada).

Desde entonces, las frases "La suerte está echada" y "Cruzar el Rubicón" se utilizan cuando se alcanza el punto de no retorno. Siempre queda más poético que "no hay vuelta atrás".

Tarde

Tenía seis años cuando sufrí la primera decepción que recuerdo en mi vida. Era un balón de fútbol, parecido al que algunos de mis compañeros de clase tenían, y que eran la envidia del resto.

Hoy, visto desde la distancia, y con la experiencia de una vida sufrida, no parece gran cosa, pero entonces ese balón lo era todo para mí. Soñaba con él, vivía por él, pensaba en él, era casi el centro de mi vida, suspiraba cuando pasaba frente a la tienda junto al colegio donde lo vendían, dejaba unos círculos de vaho cuando apoyaba la cara en el cristal.

Le pedí ese balón a mi padre. “Veremos” fue todo lo que contestó. Insistí durante semanas. Lloré, supliqué, rogué. “¿Le has preguntado a tu padre?” fue todo lo que saqué de mi madre. El tiempo pasaba y yo temía lo peor. Al final, Jaime, un compañero de clase, gordo y de padre rico, se llevó el último de la tienda.

Desde entonces, este es uno de mis más desesperantes aspectos, reaccionar siempre tarde a todo lo que de verdad me interesa.

Sufridores

Si lloras por haber perdido el sol, las lágrimas no te dejarán ver las estrellas. (Rabindranath Tagore)

De pequeño tenía un cuadro en mi habitación con esta frase y un dibujo alegórico bastante infantil y hortera. Mis padres se empeñaban en que la aplicara con cualquier pretexto, no te enfades porque es mejor así, mira que bonito así que no te enfurruñes, y cosas por el estilo. Pero a mí me sonaba bastante a los tristes engaños que se dicen a los niños para que no molesten.

En los momentos que suceden a un revés de cualquier tipo, frases como esta no tienen la más mínima cabida en la mente de la víctima. Sí, son las que todos los allegados utilizan para intentar animarle, y que a fuerza de repetir acaban por sacarla del pozo o entran en la lista de "Frases Más Odiadas Por Mí". Cuando alguien se lleva una hostia, de cualquier tipo, ha de querer reponerse él mismo. El resto del mundo se divide en espectadores o sufridores, a discreción del principal involucrado, y con consecuencias nefastas en caso de cambio de papeles: querer pasar de espectador a sufridor supone exponerse a un iracundo "No te metas en mi vida", pero pasar de sufridor a espectador conlleva perder a un partícipe de tu intimidad.

Muchas gracias a mis sufridores. Os debo mucho más de lo que sería capaz de escribir aquí.

Lobos y corderos

¿Es mejor descubrir o ser descubierto? Creo firmemente que nunca podré encontrar una respuesta satisfactoria a esta pregunta. En cualquier duda que implique elección, lo que se busca es encontrar qué opción es la correcta o, al menos, la menor perjudicial. Pero en este caso me desanima el miedo a obtener pura y simplemente una cruda respuesta.


El descubridor es el personaje activo del juego. Indagar, averiguar, sentir ese picoteo de hormigas que siempre acompaña a la caza. Hay que descubir las reglas del juego, o proponerlas. Acatarlas o romperlas. Lo importante es el objetivo que nos hemos fijado. Ganar nos hace felices y orgullosos, las personas más dichosas del planeta; queremos reir y gritar al mundo que hemos triunfado donde otros fracasaron. Perder o abandonar nos abate, nos hace perder el norte, oscurece nuestro futuro.

Sólo hay algo comparable al gozo de ganar: saber que hemos sido el objetivo de un descubridor. Somos seres anónimos que se ven, pero no se miran; que se oyen, pero no se escuchan; que se entienden, pero no se comprenden. El que quiere descubrir debe estar dispuesto a mirar, escuchar y comprender, y no sólo ver, oir y entender. Pero, ¿hay algo más reconfortante que averiguar que alguien quiere mirarte, escucharte y comprenderte?

Crack!! (2)

Nunca sabré cuantas oportunidades he dado por perdidas antes de tan sólo pararme a analizar si estarían a mi alcance. Aquellos sueños de héroe admirado por todos ya han pasado para siempre. Aquellas ilusiones de felicidad utópica acabaron casi tan rápidamente como empezaron. Por miedo he descartado una cantidad tan inmensa de salidas y bifurcaciones en el camino de mi vida que da vértigo pensarlo.

Nunca sabré si aquella mirada o aquella sonrisa, que me hicieron ver el sol en un dia gris, podrían haber sido algo más. Si la vida me da una segunda oportunidad, prometo averiguarlo.

Crack!!

Nunca me he planteado analizar si podría alcanzar lo que me proponía. Lo que en términos poéticos se denomina "intuición femenina" no es tan exclusivamente femenina como se piensa, de la misma forma que no somos el "sexo fuerte", por mucha fuerza física que demostremos. Pero eso es otra historia.

Nunca me he planteado analizar si podría alcanzar lo que me proponía porque, automáticamente, intuía que lo alcanzaría, de la misma forma que si algo no me originaba esa intuición, ni siquiera me lo planteaba. Por desgracia, las mujeres han sido siempre miembros permanentes del segundo grupo que acabo de describir, excepto mi mujer, que pertenece al primer grupo: aquello fue una encerrona de un conocido común con el que trabajaba. También esto es otra historia.

Pero lo que sí es parte de esta historia, es que las personas, pueden dejar pasar oportunidades únicas en la vida por el simple hecho de decir: "No me va a pasar a mí". No somos atrevidos. No osamos desafiar a la opinión que nos hemos formado de nosotros mismos. "Estás predestinado a ser un papanatas". ¿Quién lo dice? ¿Alguien me preguntó y no lo supe contestar? ¿Preguntaron a mi padre cuando estaba borracho (no sería justo)? Los cambios son una puerta a lo desconocido, aterrorizan, duelen, suelen ser desagradables, y la gente sólo quiere estar tranquila y a gusto, aun a pesar de dejar de ser ellos mismos. Prefieren dejarse llevar y no sufrir, que sufrir para poder vivir.

¿Ya he dicho "NO"? Por si acaso, lo repito. NO. Esto no va conmigo. Esto no es así. No tengo porqué resignarme a ser lo que no quiero ser, a tener lo que no quiero tener, a anhelar lo que no puedo alcanzar.

¿No habeis oido ese crujido? Es mi coraza, que empieza a romperse.

Engañado

Así es como me sentí cuando pude comprender lo que estaba pasando en mi casa.

No era un engaño amoroso, ni material, y mucho menos, gracioso. Era algo que atacaba tan directamente a mi yo más profundo, que me dejó sin palabras por primera vez desde hacía mucho tiempo.

Ella, mi amante esposa, la que decía que tanto me quería, con la que había vivido 8 años, no me conocía. No sabía quien era. Ni siquiera se había preocupado de qué era lo que me pasaba. O de como sentía. O de qué me gustaba. No existía ningún tipo de empatía hacia mí. Para ella era un completo desconocido emocional, si esto se puede expresar así.

Había vivido 8 años engañado, creyendo que era sólo pasajero. Idiota de mí, te has estado engañando 8 años para nada. Has creído siempre que esto era algo que se curaba con la edad o con el tiempo, pero no ha sido así. Y ahora te encuentras con lo que te has buscado.

En ese mismo instante decicí que había llegado mi momento.

Imposible

Eso es lo que me dije entonces: "Imposible, esto no puede estar sucendiendome a mí".

Yo solía quedar a estudiar durante los primeros años de Universidad con mi amigo Roberto, con el que compartía penas y alegrías casi desde que tenía uso de razón, y una compañera de clase con la que coincidí a la salida de la biblioteca la misma tarde que me la encontré haciendo fotocopias de unos apuntes míos que habían circulado kilómetros por mi clase.

Tras la muerte de Roberto, y cuando me hube repuesto, seguimos con la rutina de las tardes de biblioteca dos o tres veces por semana. Por aquel entonces conocí a la que sería mi primera relación más o menos seria, pero no por ello dejamos de coincidir en las tardes de estudio. Incluso alguna vez se alargaban más de lo normal y acabábamos delante de un bocadillo y unas tapas en el bar de enfrente de la Facultad. Hablábamos mucho, de todo, de nuestras vidas, nuestros conocidos, los estudios, las familias...

De repente, una tarde, no apareció. Ni al día siguiente. Ni a la semana siguiente.

Y cuando menos lo esperaba, al volver de tomarme un café horroroso de la máquina de la biblioteca, descubrí que alguien había dejado una carta perfectamente doblada encima de mis apuntes. Acababa con estas palabras: "Es culpa sólo mía el pretender pedirte algo que no puedes darme". Nunca me había sentido tan impotente como entonces.

Al día siguiente, la edición matutina del periódico local abría con la noticia de su muerte por una sobredosis de pastillas.

Solo

Necesito encontrarme. Incluso en el pequeño espacio que mi coraza me deja para vivir, me he perdido. No me encuentro. Tengo que hacer terribles esfuerzos para pensar y decidir qué es lo que quiero. ¿Ser feliz? No creo que sea posible. ¿Estar tranquilo? Se parece demasiado a estar muerto.

Llevo una semana sin poder comer ni dormir. Mi cuerpo no responde como debería a las órdenes que le doy. Estoy intranquilo; agitado; como esperando una noticia temida que no llega, y que no te permite explotar y desconectar de todo; las manos me tiemblan; la voz se quiebra en mi garganta; una lágrima lleva el sabor de la sal hasta mis labios.

Hace años

En mi caso la estancia junto a mi familia se alargó más de lo necesario. Al menos, más de lo que yo estaba dispuesto a soportar. Igual que muchas mujeres airean a los cuatro vientos que "les ha llegado el reloj biológico para formar una familia", me llegó el momento de decir: "Basta, necesito mi espacio". Tuve la suerte de que este acto de rebeldía coincidiera con encontrar un trabajo lejos de mi ciudad natal, así que la escisión fue bastante más simple que en otros casos. También el hecho de cambiar de ciudad ayudó a que el periodo transitorio entre la ruptura de una rutina preestablecida durante casi veinticinco años, y la adopción de una nueva completamente diferente, fuera lo más corto posible.

Cuando dí la noticia en casa, durante la comida, a mi padre se le humedecieron los ojos, lo cual me sorprendió. No lo esperaba. Pero ese fue su único acto "humano" que yo recuerde, y que tampoco duró mucho: Poco después estaba en el bar olvidándose de todo.

En cambio mi madre rompió a llorar amargamente, como si fuera a morir en lugar de cambiar de ciudad, aunque más tarde, cuando nos quedamos solos en casa tomando un café, me dijo que era ley de vida, que se abría ante mí el mundo entero, y que tomarlo dependía de mí. El que fuera ley de vida, ya lo sabía yo. El que mi madre considerara las otras posibilidades hizo que la imagen que yo creía que ella se había formado de mí, se desmoronara completamente: confiaba en mí. Sabía que no lo hacía sólo porque tuviera que hacerlo, sino porque le había dado muestras de ello. Fue todo un honor ser considerado por primera vez "miembro del club de los adultos a todos los efectos". Me sentí el hombre más feliz del mundo.

Antes del postre mi hermana preguntó si podría cambiarse a mi habitación. Esto no me sorprendió.

¿Libre?

Tengo una esposa cariñosa y enamorada, y un hijo pequeño. No sufrimos estrecheces. El trabajo de ambos es bastante estable. La vida nos viene de cara. Y sin embargo el volver cada tarde del trabajo me causaba una sensación de ahogo insoportable, con oleadas de frío intenso y calor insoportable cada pocos segundos. Hace pocas semanas, sin ir más lejos, tuve que quedarme más de quince minutos en el coche aparcado hasta que pude tranquilizarme para que ella no notara nada.

Me mudé hace tiempo a la ciudad donde vivo por motivo del trabajo, pero si no hubiera sido asi, habría buscado algún sitio fuera de casa de mis padres, porque había llegado el momento para mí. Algo así estaba pasando ahora.

Acabo de abandonar a mi familia.

Mi coraza (I)

Vivo y trabajo en el área urbana de una gran ciudad, como otros millones de personas que hacen lo mismo que yo: van de su casa al trabajo, interactuan durante cierto tiempo con otras personas que la mayoría de las veces no les importan (normalmente la indiferencia es recíproca), vuelven a casa e interactuan durante un tiempo menor con otras personas que les importan o fingen importarles algunas veces (tambien este sentimiento, ya real o fingido, es recíproco).

Tenemos miedo a estar solos. Casi la totalidad del tiempo que pasamos activos está dedicada a no estar solos y a actividades sociales, ya sea en el trabajo o en la familia. No interactuamos fácilmente con lo que nos causa rechazo, y nos mostramos predispuestos con lo que nos atrae; así que debemos ser atractivos para los demás, no causarles desagrado. ¿Quieres que sea así o asá?¿Esto te desagrada?¿Mejor de esta forma?

No queremos ser nosotros, queremos agradar.

Yo

He perdido mi alma, así que no es mucho lo que queda de mí. Mi ser más profundo está oculto bajo un montón de decisiones y circunstancias, que son las que forman lo que la gente identifica conmigo. Pero no soy yo. Yo estoy más adentro. Nadie se atrevió a entrar, ni yo a salir.

Ahora toda esa amalgama de elementos que no he podido controlar forman mi coraza, donde me escondo para que nadie me vea, ni me señale con el dedo, ni me haga daño. Pero es curioso que tampoco yo quiero verlos, ni señalarles con el dedo, y no quiero hacer daño a nadie.

Durante mucho tiempo he vivido protegido en una especie de burbuja emocional. Estaba a salvo, cómodo, dejando pasar el tiempo, no siendo yo. Me he dado cuenta que eso es lo mismo que estar muerto, sólo que realizando ciertas funciones biológicas y sociales. Pienso que el Infierno no es más que dejarse ir, no actuar, no tomar las riendas de tu vida, dando bandazos de un lado para otro sin poder controlar lo que te sucede.

¿Llamas y sufrimiento eterno? No, el verdadero Infierno es sobrevivir en lugar de vivir, no aprovechar la única oportunidad que tenemos sobre este mundo y dejarla pasar sin más.

Sirvan estas páginas como mi Purgatorio personal.

Quiero hacer lo que deseo.

Quiero recuperar mi alma.