La selva

La selva está llena de peligros. Detrás de cualquier matorral, o debajo de una piedra, te puede esperar la muerte en forma de serpiente o alimaña desconocida. Estás solo y no tendrías a quién acudir, así que las posibilidades de sobrevivir a cualquier ataque serían mínimas, por no decir nulas. Poco a poco vas acostumbrandote a no arrimarte demasiado a plantas demasiado frondosas, a no curiosear demasiado debajo de las piedras, a vigilar tu espalda por lo que pudiera venir.

Es entonces, cuando estás un poco más confiado, cuando aparecen ellos. Oscuros para camuflarse con el fondo. Agazapados para que no los veas venir. Son depredadores por naturaleza, así que están vigilantes y al acecho. Preparados, con las piernas flexionadas y sus músculos a pundo de explotar por la tensión. Dispuestos a saltar a la mínima oportunidad, a la mínima muestra de flaqueza. Son tus Miedos.

Eres débil. No eres invulnerable. Dudas. Te giras. Piensas. Intentas doblegarlos con la fuerza de tu mente. Eres el ser racional y dominante del Mundo. Podrás con ellos. ¡Ja! El torero triunfa casi siempre porque no compite con las mismas armas que el toro. Lo mismo te sucede a tí. Sólo un momento después de oir la rama rota que acaban de pisar sabes que estás muerto. Te atacan de forma irracional, no sabes cómo responder, son muchos, todos juntos, todos a la vez. No estabas preparado, por mucho que supieras que estaban ahí. Te saltan encima como una jauría de lobos hambrientos, desesperados, a los que lanzan un pedazo de carne fresca y sangrante, que es lo único que queda de tí después de que se hayan saciado y desaparezcan de la misma forma silenciosa que llegaron.

Piensas que te debes internar en la selva como un cazador silencioso, camuflado, acechante, sin piedad, el cazador perfecto. Te tornarás en el que encontrará tus propios Miedos uno por uno, por la espalda, sin remordimientos, asesinándolos uno a uno de la forma más terrible que puedas imaginar por todo lo que te han hecho sufrir durante tantos años. Quieres sentir su sangre caliente por tus manos, brotando sin cesar de la garganta que acabas de abrir, sintiendo que con la fuerza que van perdiendo, te revitalizas un poco más; sintiendo que con cada Miedo que eliminas, te vuelves más fuerte.

O puedes pensar que todo eso es completamente imposible, que no puedes hacerlo, que no eres un sádico ni un depredador para hacer lo que debes. Entonces la mejor solución te parece el napalm, como en "Apocalypse Now": "Un día bombardeamos una colina y cuando todo acabó, subí. No encontramos un solo cadáver de esos amarillos de mierda. ¡Qué pestazo a gasolina quemada!. Aquella colina olía a... victoria. Algún día acabará esta guerra." Arrasa toda la selva, no dejes títere con cabeza, mátalo todo, ya sea bueno o malo, el coste es asumible, no importa que paguen justos por pecadores, lo único necesario es eliminar tus Miedos a cualquier coste.

Pamplinas. Normalmente lo que haces es huir de la selva.

Bailando con la luz de la Luna

Me fui a dormir como cualquier otro día de mi gris existencia. Era una noche húmeda y oscura, desapacible, que incluso era de Luna Nueva. Unos gamberros habían acabado con la única farola que quedaba viva en mi calle y todo quedaba en la oscuridad más absoluta.

No me sorprendió despertarme de madrugada. Últimamente no duermo bien, así que pensé que sería otra vez lo mismo: desvelado y dando vueltas en la cama hasta que el despertador me dijera que ya era hora de volver a la triste realidad. Pero me equivocaba. Todavía medio dormido me dí cuenta de que mi balcón estaba inundado por una potente luz blanca. Todo estaba en silencio. Ni siquiera se oían coches en la avenida cercana, una de las más transitadas de la ciudad.

Aquello era extraño, incluso un poco intimidador. Pero el silencio me hacía suponer que todos dormían. Así que me levanté poco a poco, casi de forma reverencial, intentando no romper el silencio, y salí al balcón. La Luna se dibujaba enorme en el cielo y su luz inundaba todos los rincones de la ciudad. "Juraría que hoy había Luna Nueva", pensé. Miré a mi alrededor y ví que otros vecinos estaban mirando la luna desde sus balcones. También miré mi cuerpo y lo ví como nunca lo había visto. No sabría explicarlo, parecía brillante, y sin embargo, si me fijaba, nada había cambiado. Pero era diferente. Lo sabía. Aquella luz hacía que lo viera diferente.

La luz era muy potente, pero no deslumbraba al mirarla. Es más, parecía hipnótica, casi no podía apartar la mirada de ella. El resto de la gente parecía tan absorto como yo. Pero era culpa de la Luna, que nos miraba, nos atraía y nos rechazaba. Y también era culpa de esa luz, tan potente, tan blanca, tan lechosa sobre mi piel desnuda. Era una luz casi física, notabas cómo te acariciaba la piel, como resbalaba sobre el cabello, cómo se colaba en cada recoveco de tu cuerpo, cómo te atraía hacia ella...

Y entonces supe qué hacer. Me acerqué a la barandilla, pasé un pie sobre ella, luego el otro y me dejé ir... Y la luz de la Luna me tomó con sus manos, abrazándome, rodeándome, notando sus manos invisibles que me ceñían y que hacían que me moviera en un silencioso baile por encima de los tejados de la ciudad.

El gesto torcido

Una mesa preparada para un comensal.
Una película solo.
Fregar un plato para poder cenar.
Una discusión con la pared.
No esperar a nadie.
Un viaje sin hablar.
Una cama revuelta por una persona.
Una bolsa de basura por semana.

Confesión (III)

Hoy me he despertado no tan descansado como debería, sino agitado y asustado, como si el mundo se me fuera a caer encima de un momento a otro.

Sí, me duele recordar todo lo que pasé hace demasiado tiempo. Y no tiene solución, porque me fastidia muchísimo más haber perdido esa época y esa edad, que el haber sido durante tantos años el foco de todas las atenciones y frustraciones de una panda de energúmen@s (sí, ellas también) que han demostrado no saber aprovechar absolutamente nada de su vida. No vale la pena el esfuerzo de intentar recuperar a mi edad todo aquello que no hice a los 13 o 14, y he aprendido a vivir con el dolor, apartando todos aquellos recuerdos que me molestaban o me incomodaban.

He vivido más años como soy ahora que de otra forma. Es más, he vivido así los años en los que se formó mi persona, así que poco importa lo que queda de aquel chiquillo gordete y con granos y en el que todo el mundo se fijaba para ver qué podía ridiculizar.

No tuve ni una infancia ni una adolescencia feliz, fue dura y áspera, y me hizo parecer así: duro y áspero, pero un flan por dentro. Me llena de desazón que ni siquiera mi ex se atrevió a hacer lo necesario para saber quién era yo realmente: hacer un agujerito en la corteza y probar el interior.

Y cuidarlo, porque creo que vale la pena.

El escorpión

Un escorpión quería cruzar un río, así que como no sabía nadar, preguntó a una rana si podía llevarlo a su espalda.
- ¿Crees que estoy loca? - dijo la rana - Cuando estemos a mitad de camino me picarás y moriré.
- No estoy tan tonto - replicó el escorpión - Si te pico cuando estemos en el río, yo también moriré.
Esto conveció a la rana que accedió a llevar al escorpión a su espalda. Pero cuando llevaba cruzado la mitad del río, el escorpión picó por sorpresa a la rana.
- ¿Qué has hecho? Me has picado y ahora moriremos los dos.
- Lo sé, pero soy escorpión, y esta es mi naturaleza.

Hay muchas veces en las que me he lamentado de sentirme como la rana, que cerraba los ojos inocente ante la realidad que no entendía y no aceptaba porque no se ajustaba a lo que sus oídos creían percibir. Pero ahora me siento como el escorpión, que piensa que su propia naturaleza justifica el daño que pueda provocar a quienes le rodean, y eso es peligroso para los demás. Creo que debo quedarme en cuarentena una temporada.