Confesión (III)

Hoy me he despertado no tan descansado como debería, sino agitado y asustado, como si el mundo se me fuera a caer encima de un momento a otro.

Sí, me duele recordar todo lo que pasé hace demasiado tiempo. Y no tiene solución, porque me fastidia muchísimo más haber perdido esa época y esa edad, que el haber sido durante tantos años el foco de todas las atenciones y frustraciones de una panda de energúmen@s (sí, ellas también) que han demostrado no saber aprovechar absolutamente nada de su vida. No vale la pena el esfuerzo de intentar recuperar a mi edad todo aquello que no hice a los 13 o 14, y he aprendido a vivir con el dolor, apartando todos aquellos recuerdos que me molestaban o me incomodaban.

He vivido más años como soy ahora que de otra forma. Es más, he vivido así los años en los que se formó mi persona, así que poco importa lo que queda de aquel chiquillo gordete y con granos y en el que todo el mundo se fijaba para ver qué podía ridiculizar.

No tuve ni una infancia ni una adolescencia feliz, fue dura y áspera, y me hizo parecer así: duro y áspero, pero un flan por dentro. Me llena de desazón que ni siquiera mi ex se atrevió a hacer lo necesario para saber quién era yo realmente: hacer un agujerito en la corteza y probar el interior.

Y cuidarlo, porque creo que vale la pena.

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