Lobos y corderos

¿Es mejor descubrir o ser descubierto? Creo firmemente que nunca podré encontrar una respuesta satisfactoria a esta pregunta. En cualquier duda que implique elección, lo que se busca es encontrar qué opción es la correcta o, al menos, la menor perjudicial. Pero en este caso me desanima el miedo a obtener pura y simplemente una cruda respuesta.


El descubridor es el personaje activo del juego. Indagar, averiguar, sentir ese picoteo de hormigas que siempre acompaña a la caza. Hay que descubir las reglas del juego, o proponerlas. Acatarlas o romperlas. Lo importante es el objetivo que nos hemos fijado. Ganar nos hace felices y orgullosos, las personas más dichosas del planeta; queremos reir y gritar al mundo que hemos triunfado donde otros fracasaron. Perder o abandonar nos abate, nos hace perder el norte, oscurece nuestro futuro.

Sólo hay algo comparable al gozo de ganar: saber que hemos sido el objetivo de un descubridor. Somos seres anónimos que se ven, pero no se miran; que se oyen, pero no se escuchan; que se entienden, pero no se comprenden. El que quiere descubrir debe estar dispuesto a mirar, escuchar y comprender, y no sólo ver, oir y entender. Pero, ¿hay algo más reconfortante que averiguar que alguien quiere mirarte, escucharte y comprenderte?

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