Quien ríe el último...

Anoche quise hacerme un par de sandwiches de atún para cenar. Era tarde, más que de costumbre, y no quería ponerme a cocinar. Me había quedado dormido viendo en las noticias una serie de interesantes imágenes de atrocidades en algún rincón del mundo, y me desperté cuando una erótica voz femenina anunciaba las excelencias del último modelo de pela-pipas automático.

En la cocina me preparé el pan y saqué del armario una lata de atún. Levanté la anilla del abrefácil, metí el dedo, puse el pulgar en el centro de la tapa, tiré y ¡clack!. Anilla rota. Otro inventor que debería ir al paro o al paredón. A medias entre enfadado y frustrado busqué un abrelatas, porque suele suceder que, a veces, el progreso no consiste en otra cosa que complicarnos la vida. Bien, otra de las cosas que tengo que comprar cuando vaya al super un día de estos. Aunque era tarde, llamé a la puerta de mi vecino, un rumano mal encarado que tenía unos horarios más raros que los míos, seguro de que estaría despierto. Sí, estaba despierto y, ¡estaba salvado!, tenía un abrelatas. Me lo prestó y me encaré con mi lata al regresar a la cocina.

Empezó una lucha más ardua que antes. La lata no se estaba quieta. La mohosa bancada de la cocina no ayudaba. El aceite que se derramaba empeoraba las cosas y acabó desperdigado por media cocina. No es mucha superficie, porque en la cocina sólo quepo yo, pero aun así es mucho. Empezaba a dudar de si había algo de atún en la lata, aparte de tanto aceite. Al final se abrió la puñetera lata. No ví el corte perfecto esperado por el abre-fácil, sino el irregular corte del abrelatas. Pero la lata estaba abierta, que era lo importante.

Con cuidado empecé a levantar la tapa ayudándome del abrelatas, y es aquí cuando la lata se tomó su venganza. Entre el aceite, mis sudores, el cabreo y la hora, se escapó y la tapa me abrió un bonito corte en la mano. Era muy escandaloso, mucha sangre, pero después de limpiarlo vi que no era para tanto, así que devolví el abrelatas al rumando del piso de al lado (que ya estaba cogiendo el puntillo de la media docena de cervezas que se trajina a esas horas) y acabé de prepararme la cena, con el sabor agridulce por las consecuencias de no haberme dado por vencido: obtuve lo que quería, pero con marcas. A lo mejor, la próxima vez tengo a mano un poco de fruta, y le van a dar a la lata.

6 comentarios:

SiempreSoy

21 de mayo de 2008, 3:28

Buen relato.

Cuanta perseverancia...

cuando quieres algo, realmente lo consigues.


Saludos

Anónimo

21 de mayo de 2008, 16:00

Lo siento pero me has hecho sonreir otra vez.

Con lo fácil que es habrirla con la puntita de un cuchillo, cuando nos pasan estas cosas, jejeje.

Me gusta como escribes, un saludo de simplemente yo.

Nima

21 de mayo de 2008, 22:05

en el cabravo hay una oferta de ensaladas 2x1. Una te sale a un euro. Hay de todos tipos.
Hoy comí ensaladilla rusa y cené ensalada de pasta con pollo.
La apertura es manual.

Ideal!

mas de mi que de... lirio

21 de mayo de 2008, 22:56

Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Importa mi nombre?

22 de mayo de 2008, 9:29

Marina, lo intentaré la próxima vez

Nima, ¿has probado a abrir las bolsas de ensalada sin tijeras? El otro día sembré de lechuga la cocina, así que me pasé al atún.

Lirio, no me cabe el microondas en la minicocina, y los congelados no me van. Pero algo intenteré para la próxima.

Gracias a todas por los comentarios.

Ligeia

23 de mayo de 2008, 13:29

Truco: cuando te pase algo así intenta desacerte de la mayor parte del aceite por el pequeño agujerito que tenga la lata, luego con un abrelatas tipo explorador, de lo más sencillo.

Por cierto, ¿quién rió el último...?