Mal cuerpo

Una de las sensaciones más desagradables para mí es la de haber metido la pata hasta el último pelo de la coronilla, o más vulgarmente, haberla cagado pero bien. Si encima soy consciente de que podría haberlo evitado, apaga y vámonos.

Cuando algo así sucede, empiezo un ejercicio autodestructivo y completamente inútil que se basa en darle vueltas a la situación en cuestión e intentar mirarla desde todos y cada uno de los puntos de vista que se me pudieran ocurrir. Es inútil porque, por muchas vueltas que le dé, está jodido. Es autodestructivo porque a cada vuelta la evidencia de que la he diñado es mayor. Las consecuencias son: ningún resultado práctico para mitigar la cagada, y un mal cuerpo que dura bastante tiempo.

Quizás tengo un sentido de la responsabilidad demasiado acuciado, intento que todo lo que hago salga bien (ya puestos a hacer algo, hagámoslo como toca), y me molesta bastante en mi amor propio, el que las cosas que hago no salgan como creo que deben salir. No creo que esto sea en sí ningún hábito pernicioso, sino todo lo contrario. Pero pago su precio con creces, con este mal cuerpo que se me queda después de haber metido la pata; aparte, claro está, de los abucheos que con todo el derecho del mundo me dedican los afectados.

Bien, cada vez que miro a ver qué tengo por aquí dentro, más cosas tengo que arreglar.

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