Libros

Una buena amiga me decía hace tiempo que Internet le causaba estrés porque la hacía sentirse pequeñíta y abrumada ante la cantidad tan ingente de información que nunca sería capaz de asimilar o ni siquiera leer. Un sentimiento similar me invade cuando entro en alguno de los hipermercados de cultura que desde hace tiempo se han puesto de moda, léase Fnac o similares. Casi siento que me caen encima las estanterías llenas de volúmenes de escritores más o menos conocidos (o completamente desconocidos, lo siento) cuando paso demasiado cerca de ellas y veo las baldas combarse bajo su peso.

Cuando tengo que buscar algo determinado, caigo en la tentación de tales seres, que me engullen para dejarme huir bastante tiempo después del que sería estrictamente necesario para realizar mi compra. Al fin y al cabo, sé a lo que voy e intento no coincidir a la vez que la marea de domingueros culturetas que creen que las buenas novelas son los best-seller (alguna hay que si, pero normalmente no). Pero no puedo evitar el quedarme a husmear, a hojear, a echar un vistazo, a curiosear... y a picar. Siempre pasa igual. Entro a por algo, y salgo con más de lo que he ido a buscar, incluso si no encuentro lo que buscaba...

Pero cuando quiero sorprenderme, voy a librerías antiguas, de segunda mano o al rastro, donde el placer no está en encontrar lo que buscas, sino en encontrar sin buscar. Normalmente estos establecimientos tienen el mismo sentido del orden que las tiendas de los chinos, las antiguas tiendas de los veinte duros; es decir, ninguno. Bien, especifico, ningún sentido para cualquiera que no sea el dueño, que parece que tenga todo el inventario en la cabeza, y contesta sin vacilar si tiene lo que buscas. En estas librerías, buscar es inútil, símplemente me sumerjo en ellas y navego de estante a estante hasta que hay algo que me llama la atención y me lo llevo.

Los libros son casi un fetiche. Me gusta tener libros casi tanto como leerlos. Casi todos los libros que he leído, los he leido más de una vez. Otros son desechables, superficiales, los lees y más o menos es un estorbo quedártelos. Me gusta cómo huelen las librerías, esa mezcla de olor a papel, tinta, cola... Me gusta el ruido que hacen al separarse entre sí las páginas recien salidas de la imprenta. Me gusta el polvo que se acumula en los libros. O el tono amarillo que toma el papel al paso del tiempo... Todo.

3 comentarios:

Ligeia

29 de abril de 2008, 17:35

Me quedo con el encontrar sin buscar (y no sólo para libros) ;)

Anónimo

30 de abril de 2008, 14:15

A mí también me gusta acumularlos, aunque no los lea todos, pero tocarlos, abrirlos, hojearlos sin meta fija, son un placer para la vista y para el alma.

Anónimo

21 de mayo de 2008, 16:28

Coincido contigo en lo que dices, yo también soy una apasionada de los libros, nuevos o antiguos, de primera de segunda o de tercera mano.......me gusta imaginar a quien lo ha leído antes, su vida, sus sentimientos, como es, si ha sentido lo mismo que yo al leerlo.......quiza soy un poco tonta o demasiado romántica, quien sabe..

Un saludo, simplemente yo.