Sueños (II)

Estoy en la sala del colegio de mi infancia, con las mismas mesas, los mismos carteles en las paredes, las mismas perchas,… Hasta casi huelo el mismo olor. En lugar de la mesa del profesor hay un féretro. Mi familia y amigos se sientan en los pupitres. ¿Sabes? es tu funeral, me dice mi cuñado sin reparos. Me acerco al féretro. Soy yo, pálido y blanquecino. Mi ex y mis hijos lloran desconsolados. No me lo creo hasta que vuelvo a mirar el cadáver. Sí, soy yo, y es mi funeral. Todas las flores son blancas, pero me fijo y están muertas y secas. El suelo está casi alfombrado de pétalos caídos.

Paso al servicio. Al mirarme en el espejo veo que estoy desnudo, pero nadie ha prestado atención a eso. Me lavo las manos y me mojo un poco la cara. En lugar de toalla hay una falda negra, larga y negra, con una mancha que casi no se ve cerca de la cintura. Me da un poco de reparo secarme en ella, así decido quedarme en pié delante del espejo hasta que se sequen mis manos.

Entonces la imagen del espejo empieza a distorsionarse, como en las atracciones de feria. Se estira a lo largo, luego vuelve a la normalidad y lo hace a lo ancho, ahora mi cara parece “El Grito” de Munich. Me toco la cara para ver si me pasa algo, aunque no sienta dolor, y noto algo duro dentro de la boca. Son mis dientes. Los escupo en el lavabo, entre ríos de sangre. Rompo a llorar, por rabia e impotencia. El espejo me refleja aun más distorsionado. No parezco yo. No me reconozco. Doy un puñetazo al cristal del espejo que se rompe en mil pedazos.

El dolor y la imagen de mis nudillos cortados es lo último que recuerdo antes de despertarme.

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