Tímido

Sólo tres veces en mi vida he reunido el suficiente valor, o la suficiente temeridad, para ponerme frente a una mujer y decirle lo que sentía. El resto de ocasiones he vivido en silencio el sufrimiento del rechazo o, mejor dicho, de la incertidumbre; aunque invariablemente se tornaba en la certeza de saber y constatar que no era yo el indicado.

La primera vez fue al final de mi adolescencia, el principio de la universidad. Era un año mayor que yo, y la describiré simplemente como deliciosa. Mi experiencia era nula, y sencillamente fui rechazado con una elegancia que aun hoy me deja pasmado. Pero sufrí mucho, muchísimo, demasiado, y todavía siento una punzada dentro de mí cuando lo recuerdo.

Algunos años después, volvió a pasar. Era una chica normal, en la que antes no me había fijado. Empecé a verla con otros ojos, e incluso quedamos una noche para celebrar el cumpleaños de su hermana junto al novio de su hermana. Parecía que todo iba bien, pero no fue así. Esta fue menos elegante. Pasó más rápido y no sufrí tanto.

La tercera vez fue con la que aun es mi esposa a la que acabo de dejar, aunque ahora tendré que llamarla mi ex. No se lo dije propiamente dicho porque no hizo falta. Me dio valor y confianza pensar que ella lo sabía sin que se lo dijera. Hoy soy consciente de que no se había dado cuenta, sino que se dejó llevar, igual que yo. Fuimos, igual que en la canción, un par de ciegos que juegan a hacerse daño, aunque lo descubrimos muy tarde.

Soy uno de los mayores tímidos que existen. De niño he sufrido risas, burlas, bromas de dudoso gusto, y un interminable etcétera de pequeñeces-calamidad, desde mi aspecto de niño gordito, hasta los amores infantiles que siempre surgen. Desde siempre abrirme a los demás es dejares la vía libre a cualquier cosa que me quieran hacer. Y con el sexo opuesto ha sido aun peor. Al final todo esto no ha hecho otra cosa que favorecer el que mi miedo sea, creo, de los mayores de este mundo, si acaso se pudiera comprobar con un miedómetro. Curioso que el patrón no se reproduzca en el trabajo, donde estoy cubierto por la obligación que el resto de gente tiene a trabajar conmigo.

¿Debe ser parte de mi terapia el coger el toro por los cuernos? Pienso que sí, pero no se cómo. Platón dijo “No hay hombre tan cobarde a quien el amor no haga valiente y transforme en héroe”. Veremos. Por ahora sólo puedo poner buenas intenciones aunque sin ningún tipo de confianza en el resultado final. Lo único que sé es que tú, imagen inalcanzable que mis ideas han construido a partir de retales de mis vivencias, estarás siempre conmigo. Por lo menos no estoy sólo.

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